“Beto” Finol, un empresario lácteo que supo “ordeñar el poder”
Su nombre figura entre las 31 familias que controlan a Venezuela. En los últimos 60 años Alberto “Beto” Finol ha portado los emblemas de ganadero, político, banquero, empresario de medios, telecomunicaciones, sector farmacéutico y promotor inmobiliario, pero es más recordado como “el hombre de confianza” del expresidente Lusinchi; un rol que le ayudó a diversificar su imperio y lo puso en la línea de fuego de denuncias por tráfico de divisas preferenciales en Recadi.
Antes de la llegada de la “revolución chavista” y sus controles cambiarios Cadivi, Dicom, Dipro y Simadi, en la llamada cuarta república existió la oficina del Régimen de Cambios Diferenciales, mejor conocida como Recadi, la cual se constituyó en el epicentro de un escándalo de corrupción estimado en 50 mil millones de dólares, que abarcó desde 1983, último año de la gestión de Luis Herrera Campins (Copei), hasta el final de la presidencia de Jaime Lusinchi (AD) a principios de 1989, cuando entregó el mandato a Carlos Andrés Pérez.
Entre buena y mala “leche”
Fue en este contexto que la comisión investigadora del Parlamento, especialmente el diputado del MAS, Carlos Tablante, señaló a su homólogo adeco, “Beto” Finol, de favorecerse con los dólares preferenciales en la importación de la leche en polvo para su empresa Ilapeca (Industrias Lácteas de Perijá, C.A.).
El legislador socialista afirmaba que el exdirigente ganadero que rápidamente escaló en las filas de AD hasta llegar a diputado, era parte de un grupo de empresarios allegados a la secretaria y amante del jefe de Estado, Blanca Ibáñez, quienes por haber financiado y administrado la campaña electoral de Lusinchi, recibían contratos gubernamentales y otros favores, que lo ayudaron a convertir su empresa en un emporio comercial de múltiples facetas.
Informaciones publicadas por el diario El Nacional el 5 de abril de 1989, detallan que Tablante, durante un derecho de palabra ante el Congreso, indicó que “El grupo Beto Finol, aprovechando sus relaciones con el Gobierno Nacional, lograba condiciones ventajosas en la asignación de cupos y delegaciones para importaciones de leche, consiguiendo así mejores precios para la venta”.
Incluso su compañero de bancada Luis Piñerúa Ordáz, lo tildó de “oligarca lácteo” y llegó a señalar en repetidas ocasiones que la doble condición de Finol como diputado y empresario de la industria lechera representaba “la mezcla ideal para traficar influencias y obtener ventajas”.
La respuesta de “Beto” a Piñerúa llegó diez días más tarde en otro derecho de palabra donde aseguraba que nunca había utilizado tráfico de influencias ya que siempre había tenido como norte en la vida, “poner por encima los intereses del país”. Con Tablante fue más duro y advirtió que éste “tendrá que responder con su pellejo por la falsedad de sus denuncias”.
Hastiado del canibalismo político en la tolda blanca que ahora se desmarcaba de todo lo que les recordara a Lusinchi, Finol acudió el 28 de septiembre del 98 al Tribunal de Ética de AD le dijo a los medios que no necesitaba de la política para vivir, una aseveración que luego respaldó con acciones, cuando tras su destitución en el Comité Ejecutivo del partido, le dijo adiós a los “compañeritos” en diciembre de ese mismo año.
Derribado pero no derrotado
El periodista Juan Carlos Zapata, en su libro Plomo con Plomo es Guerra (año 2000), retrata ese período especialmente sensible para el empresario zuliano, en el cual incluso viejos amigos le dieron la espalda y buscaron hacer leña de lo que pensaron era una “árbol caído”.
En el capítulo titulado Pineda contra “Beto” Finol, el cronista relata que el dueño del diario Panorama, Esteban Pineda Belloso, aprovechó también la oportunidad para enfilarla contra el empresario que osó incursionar en el mundo político. “Beto era un empresario que le hacía sombra en el Zulia y Esteban tenía que aporrearlo lo más que pudiera” escribió Zapata.
Finol nunca entendió por qué Panorama lo atacaba, si Pineda, a su entender, era amigo suyo. Mediáticamente expuesto e indefenso, Finol no encontraba periódicos ni periodistas que lo defendieran, por lo cual decidió reactivar unas concesiones de emisoras y televisoras como América 95.5 FM, Radio Popular 950 AM, Zuliana de Televisión, Radiorama Stereo 103.3. FM, Telecentro Canal 11, Radio Popular 1130 AM que le fueron entregadas a allegados del polémico expresidente y su “secretaria privada”.
El exdiputado no se conformó con su renovada influencia en el espectro radioeléctrico y el 30 de septiembre de 1990, con la asesoría del periodista, Adolfo Herrera, lanzó a la calle su propio periódico en la Costa Oriental del Lago: El Regional, hoy dirigido por el ingeniero Gilberto Urdaneta Finol.
En contraposición a su nueva faceta de empresario de medios, Finol optó por un bajo perfil e inició un repliegue en el ámbito nacional. Vendió sus inversiones en el Banco Financiero, antes denominado Agroindustrial de Venezuela y salió de Ilapeca para asociarse la Newzeland Food and Milk Co. Zapata afirma que su desaparición casi total del Zulia, llevó a pensar que Pineda Belloso y sus adversarios finalmente habían logrado “borrarlo del mapa local”, pero en realidad este hábil hombre de negocios había trascendido a la liga de los empresarios multinacionales.
En nuevas alturas
En 1993 el ex industrial de la leche se apuntó en el proyecto Iridium junto a Motorola, con quienes ya venía trabajando en el sector de telecomunicaciones radiales y telefonía celular a través de la empresa ELCA. El proyecto apuntaba a cubrir el planeta con una constelación de 66 satélites de órbita baja, que permitirían llamadas móviles sin la intervención de repetidoras en tierra. El mercado no respondió al proyecto que en 1998 entró en bancarrota.
Según un reporte publicado por el diario El Universal el 23 de junio de 2013 el inicialmente “fallido negocio” representó una pérdida de 4.000 millones de dólares para Motorola y 140 millones de dólares (supuestamente salidos de Recadi) para Finol, aunque se estima que a la larga el impacto quedó revertido y hasta dió ganancias, gracias a un contrato de 72 millones de dólares anuales firmado con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos (El Pentágono) que transformó Iridium en una red de uso militar.
Zapata expone en su libro que al menos hasta el año 2000 cuando este fue publicado, el resto del emporio económico Finol, se repartía de la siguiente manera: Su hijo Luis, manejaba Casa París en Venezuela (dedicado al ramo de los supermercados e hipermercados); Alicia dirigía las televisoras y TV Centro en Barquisimeto; Enrique los periódicos y el equipo de Béisbol Pastora de los Llanos y Daniel maneja lo que quedó del restaurante Boston Chicken en Nueva York.
Las últimas incursiones de Finol en Venezuela se limitan como socio en la Electricidad de Nueva Esparta y la telefonía celular a través de ELCA y una participación minoritaria en Interbank (que fue absorbido por Mercantil). Su hermano José René Finol siguió al frente de las fincas de leche que le suministraban materia prima a Ilapeca, ahora en manos de neozelandeses.
Estimaciones extraoficiales divulgadas en febrero de 2003 por el periodista Simón Jesús Urbina en el Semanario Veraz y reproducidas por el portal Aporrea.com aseguraban que el patrimonio de Finol para la fecha ascendía a unos 4.500 millones de dólares, ubicándolo en la posición número 17 de “las 31 familias que controlan a Venezuela”, justo por debajo del Grupo Phelps (dueño de las empresas 1BC y RCTV) y Nelson Mezerhane (ex propietario de Globovisión).
En 2007 figuró como partícipe en una polémica transacción inmobiliaria en Aruba por el hotel Wynham, en el cual era socio de Oswaldo Cisneros y Alfonso Riveroll. El inmueble turístico más frecuentado por los venezolanos, fue vendido a empresarios neoyorquinos por 230 millones de dólares, la cifra más alta jamás pagada por una propiedad de este tipo en la isla.
Tras un breve silencio en los titulares, en julio de 2016 el nombre de Finol resurgió en los medios, esta vez de España, donde se anunciaba que junto a su socio Juan Guillermo Álamo de la empresa Ibemetex, acometería una inversión de 180 millones de euros en dos proyectos inmobiliarios: La transformación del centro comercial La Ermita en el centro de Madrid y un complejo habitacional de 125 casas en el poblado costero de Montgat, a pocos kilómetros de Barcelona.
Más allá de las sospechas sobre sus manejos durante el gobierno de Jaime Lusinchi y los sinsabores de su breve incursión política, no cabe dudas de que este zuliano proveniente del sector agropecuario es un habilidoso titán de los negocios que ha sabido esquivar las flechas de sus detractores y cuyo nombre todavía resuena como un sinónimo de poder y dinero, ya sea dentro o fuera del país.
Redacción e imagen digital: Luis Ricardo Pérez P.