400 gatos abandonados «sobreviven» en Gato Feliz
Decir 400 es fácil y rápido, pero verlos es impresionante. Un tapiz vivo de maullidos, ronroneos y amor, que vibra al unísono, a la espera de que algunas almas caritativas se acuerden de ellos. En este escenario, «Gato Feliz» resulta una ironía.
Son 400 gatos que viven hacinados y con escasa alimentación en el refugio de la Fundación Gato Feliz. Saile Davis es la presidenta y la encargada de sostener la vida de estos felinos abandonados, a fuerza de fe y amor.
Esta responsabilidad la asumió hace unos seis años. “La señora Faustina era la encargada de cuidar los gatos, cuando vivían en un estacionamiento por la 3H. Yo pasé un día, vi la manada y me quedé”.
Cuando Saile dice “quedé”, se refiere no solo a ese día, sino a toda la vida que le dedica a diario a sus amados “Chichis”, como les dice a todos por nombre. Sobre todo ahora, que Faustina se retiró por razones de edad y de cansancio.
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“Me quedé a ayudar a Faustina, entonces la gente empezó a apoyarnos. Yo iba en mi camioneta a cada restaurante y recogía los desperdicios. Había mucha abundancia y ellos (los felinos) tenían comida todo el tiempo”, cuenta mientras revisa las jaulas donde están las gatas recién paridas.
“Hasta les podíamos dar ‘pepitas’ (comida para gato). Ahora es imposible porque es muy costosa, por eso intentamos alimentarlos con arroz cocido con alguna proteína como bofe o pescado”, añade.
Ahora, la manada consume unos 40 kilos de arroz por día, más la proteína que se consiga. Sin embargo, esta cantidad solo cubre un 30 por ciento de lo que en verdad requiere esta cantidad de animales.
Víctimas silenciosas de la diáspora
Saile se involucró de lleno hace seis años y la fundación floreció, pero también la gente comenzó a llevar más gatos. “Los dejaban botados en el estacionamiento, porque les parecía fácil resolver el dilema de con quién dejar al animal cuando se iban del país”.
Así, la población del refugio fue creciendo hasta sobrepasar los 400 gatos. Una cifra récord que se nutrió del proceso migratorio que atraviesa el país. “Más del 90 por ciento de estos animales fue abandonado por sus dueños”, detalla Saile con tristeza.
Además, admite que tuvieron que mudarse del estacionamiento donde estuvieron durante años, porque la comunidad se opuso a que continuaran allí. “Pensaron que yo me quería quedar con el terreno, así que una amiga me propuso comprar una casa y nos mudamos”.
Ahora Saile está con sus Chichis en un lugar más seguro, pero inmersa en el caos de la sobrepoblación, la falta de recursos, comida, medicamentos y espacio suficiente para los felinos. Lo ideal sería esterilizarlos, pero en medio de la escasez, lo primordial es resolver el alimento diario.
Cada uno tiene su lugar, una caricia y alimento
En Gato Feliz cada quien tiene un espacio, un poco de comida y una dosis de amor. La casa, que está en proceso de legalización para ser propiedad de la Fundación, aún le falta mucho para ser un refugio apropiado.
“Estoy esperando terminar el proceso para hacerle mejoras, porque no tenemos agua potable ni cañerías de aguas negras. También quiero acondicionar mejor las habitaciones y los espacios externos para que los gatos estén más cómodos”, indica Saile.
Los felinos sanos comparten un terreno lateral de la vivienda, donde al parecer había un estacionamiento. Allí, entre 250 y 300 animales conviven a la intemperie, porque el área no tiene techo.
Aunque el espacio es amplio, resulta insuficiente para lo nutrida de la manada. Este hacinamiento los estresa y es usual que se pongan agresivos y peleen entre ellos, sobre todo cuando tiene hambre.
Los gatos que resultan heridos en las peleas requieren un cuidado especial, porque es usual que las heridas se infecten y por efecto de las moscas “agarren gusanos”. A diario se detectan dos o tres gatos con heridas agusanadas.
Dentro, en las habitaciones de la casa, el resto de los gatos se hospedan por grupos: las embarazadas y las recién paridas están en jaulas; en un cuarto cerrado los discapacitados, enfermos, los que padecen síndrome de down y aquellos que no comen.
En otro cuarto están los pequeños, que ya se destetaron, pero que aún no pueden estar con los adultos, porque no los dejan comer y los castigan.
Una experiencia única y palpitante en Gato Feliz
Una reja con malla cierra la entrada del patio. Es tan tupida que bloquea la visión casi por completo, pero de lejos se escuchan los maullidos en diferentes tonos y decibeles.
Cuando los gatos perciben la presencia de humanos, al otro lado de la reja, suben el volumen y se agolpan en la entrada. Los más osados saltan y quedan prendidos de la malla.
“Pasas rápido, pero con cuidado”, indica Saile y abre el portón. La experiencia es única. Cientos de ojos miran, las colas se levantan y durante unos segundos se quedan estáticos, luego corren a recibir a su dueña y a los invitados.
La manada se convierte en una masa compacta y en ebullición. Brincan, maúllan, pegan sus cuerpos contra las piernas de los recién llegados y suplican atención, comida y mimos.
Es tanto el clamor que resulta imposible avanzar. Cada felino responde a las caricias y se van alternando, como si cada uno supiera que el otro también necesita su dosis de cariño.
Por favor, que alguien los ayude…
Ante esta visión abrumadora, no queda más que exclamar “Por favor, que alguien los ayude”. Estos animales son víctimas de una situación que solo se puede resolver con buena voluntad y toneladas de amor.
Saile le dedica el 90 por ciento de su día a comprar los alimentos, las medicinas, buscar el aserrín donde los animales defecan y que requiere cambiarse cada dos días. También se lleva los desechos para depositarlos en un lugar apropiado.
Como complemento, cuando sale a la calle se lleva dos tobos de comida, para socorrer a los gatos que quedaron en la 3H. “Como no tenemos agua, tengo que ir por toda la ciudad pidiendo agua, para llenar los 20 tobos que usamos a diario para la limpieza y preparar la comida”.
Saile es abogada y esposa de un reconocido mago zuliano. “Yo trabajo con él en las fiestas, pero mi principal compromiso es con ellos. Esto lo hago con mucho amor, nadie me paga. Tengo un grupo de amigas que colaboran. También hay un grupo de ‘papás’ que me dejaron a sus gatos, se fueron del país, pero les envían dinero”.
Menciona especialmente a las «grandes aportadoras»: Jennifer Prudhomme, Yamilse Molina, Faustina Cribeiro y Rosa María Cribeiro, que ponen todo su esfuerzo para hacer llegar los recursos que sostienen esta obra. Así como Luisa Bello. Junto con Saile, trabaja Yolimar Dirino, que es la encargada del refugio. “Ella es la chef, la que limpia y hace todo aquí, con la ayuda de su hijo y su suegra”, reconoce Salie.
Algunos podrán ver esta obra como una “causa perdida” en medio del caos, pero para Saile y para muchos otros es una misión. Rescatar una vida del abandono, del sufrimiento y de la muerte, es un acto de gran satisfacción.
Contacto para donaciones y adopciones:
Facebook: Fundación Gato Feliz
Teléfono: 0414-6407460
Redacción y fotografías: Reyna Carreño Miranda