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Pastelitos Monserrate «apaga la freidora» después de 36 años

Venezuela hoy vive un proceso de extinción masiva de empresas, acelerado por el impacto simultáneo de la escasez, la hiperinflación y las nuevas medidas económicas del Gobierno nacional. Desde la distancia las cifras, aunque alarmantes, desdibujan lo dramático de las consecuencias, pero esta terrible realidad se hace más palpable y odiosamente visible, cuando entre las bajas se cuenta a un ícono de la nuestra identidad culinaria: Pastelitos Monserrate.

Mucha de la gastronomía que hoy consideramos intrínsecamente zuliana, es en realidad el resultado de la fusión cultural que se produjo tras la llegada a nuestras tierras de inmigrantes europeos que buscaban rehacer sus vidas devastadas por la Segunda Guerra Mundial.

Un clásico italo-zuliano

La influencia y creatividad culinaria de italianos anónimos que se instalaron en la aceras de la Calle Comercio en el centro de la ciudad, dieron vida a inmortales creaciones como las arepas “tumbarrancho”, que respondían a una necesidad comercial de hacer algo barato y sabroso con los ingredientes que estaban a la mano, pero otro plato que creemos tan nuestro, como el sol que nos calcina la sien todos los días, tiene su génesis en la añoranza de una vida que quedó sepultada entre los escombros de una casa bañada por las aguas del mar Adriático.

El pastelito que hoy conocemos y reverenciamos como uno de los emblemas incólumes de nuestra cocina callejera, no es otra cosa que la adaptación de un viejo clásico proveniente de las calles de Bari, en la región de la Puglia, al sureste de Italia.

El panzerotto (o panzerotti en plural), es una masa frita en aceite de oliva, hecha con harina de trigo, sal, agua y levadura de cerveza, relleno con salsa de tomate natural y queso mozzarella, pero a veces puede llevar jamón, cebolla y aceitunas.

A finales de los 50, la colonia italiana local tropicalizó la emblemática botana pugliese, abaratando su elaboración con aceite de palma y rellenos de puré de papa mezclada con quesos frescos locales o carne molida. Ya para los años 60 el claqueteo de las pinzas metálicas retumbaba en las calles de El Saladillo y Santa Lucía, anunciando la llegada del pastelero con su balde de suculentas frituras.

Imperio dorado y crujiente

Fue en este contexto que los 70’s los esposos Ediberto Cárdenas Roa y María Esperanza Sáenz de Cárdenas, dueños de una refresquería, concibieron la idea de crear en 1982 una empresa dedicada a la comercialización del popular producto, y la bautizaron como Pastelitos Monserrate, en honor a la imponente montaña que custodia a su Bogotá natal desde una altura de 3.150 metros sobre el nivel del mar.

La empresa registrada formalmente como Pastelitos Monserrate, C.A. el 13 de abril de 1983, no tardó en convertirse en un boom de mercado con algo nunca visto en Maracaibo, un relleno de 100% queso blanco pasteurizado, que rechinaba al comerlo.

Morder un pastelito recién hecho de este templo de la fritura, era una delicia, pero también una ruleta rusa, ya que bajo la crujiente masa dorada, yacía un hirviente volcán de queso fundido que al contacto con los dientes, disparaba violentas y aleatorias erupciones de suero caliente, que bañaba piel y ropa.

Progresivamente la capital zuliana se fue pintando de verde esmeralda y amarillo pollito. El logo de la letra “M” de tipografía gótica, colonizó espacios en los sectores Belloso, Bella Vista, Tierra Negra, Santa Rita y la zona norte y las ferias de comida de los principales centros comerciales de la ciudad.

Parecía que nada podía amenazar la hegemonía de este emporio de la comida rápida, pero el negocio era demasiado bueno como para no atraer competidores. Las cadenas de pastelitos, tequeños, mandocas, papitas y yoyos con salsa tártara o picante, brotaron como maleza en cada esquina de Maracaibo, empujando a Monserrate a innovar constantemente para mantenerse vigente.

Empanadas y cachitos fritos u horneados, masas integrales, hojaldres y hasta la supuesta excentricidad del relleno de pizza (que devolvía a esta fritura a sus orígenes italianos), ampliaron la oferta de la empresa consagrada como un icono zuliano.

Los nuevos tiempos, signados por la escasez de materias primas y redes sociales enmarcaron el rosario de dificultades que agobiaban al antiguo titán de los pastelitos. En los últimos 6 años, los post de twitter, Google review, Foursquare e Instagram describen en palabras de los consumidores una curva descendente en la oferta de productos y atención al público; sin embargo muchos seguían resaltando la calidad y sabor del cada vez más estrecho menú.

De vuelta al orígen

Las complicaciones de la situación país venezolana llevaron a que en septiembre del 2012, los miembros de la familia Cárdenas reconectaran con sus raíces neogranadinas y volvieran sobre los pasos de sus padres hacia Bogotá, donde abrieron una sucursal de Monserrate en el barrio Los Cedritos al noroeste de la capital colombiana.

Al igual que ocurre con otros negocios venezolanos que cuentan con sedes en el exterior, las operaciones nacionales continuaron apalancadas en la solvencia de las tiendas foráneas y el diferencial cambiario del mercado paralelo. De esta forma se logró a subsidiar a la casa matriz en tiempos de dificultad, con un impacto relativamente bajo en la utilidad obtenida al otro lado de la frontera, pero todo estaba por venirse abajo.

Los anuncios económicos previos a la reconversión monetaria del 20 de agosto -específicamente el aumento del salario mínimo en 3.500%-, produjeron un quiebre en el frágil estado financiero de Monserrate. Fuentes allegadas al área administrativa de la empresa informaron a TuReporte que la carga de los nuevos pasivos laborales hizo inviable la continuidad del negocio, por lo que a comienzos de septiembre todos los trabajadores fueron liquidados.

Hoy la sede principal de Monserrate en la avenida 13-A del sector Belloso es un testigo mudo y melancólico del carácter letal que las políticas económicas del Gobierno han tenido sobre el sector comercial e industrial venezolano.

Cachibaches oxidados y troncos secos que suelen formar parte de las barricadas que proliferan en el sector ahora reposan de manera permanente ante las puertas cerradas de lo que solía ser el centro de operaciones de uno de los negocios más prósperos de la ciudad.

 

 

Redacción y fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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