Finanzas 

En Maracaibo hasta «la limosna» de la misa está dolarizada

Isabel tenía tiempo sin ir a misa, pues las complicaciones cotidianas la mantienen ocupada hasta los fines de semana, pero la temporada de graduaciones le dio la oportunidad de volver a sentarse en las bancas de la Iglesia Corazón de Jesús para agradecer a Dios por el buen desempeño escolar de sus hijos. Todo lucía igual: caras, cura y hasta las lecturas eran las mismas, pero después de la comunión algo la sorprendió. En lugar de la cesta para recoger las contribuciones, Isabel recibió los números de cuenta en bolívares y dólares para transferir «la limosna».

Esta situación que se repite al calco en numerosos templos situados en comunidades de clase media y alta de la ciudad pudiera parecer excesivo o quizás esnobista a los ojos del visitante ocasional, pero responde a una realidad hiperinflacionaria y distorsiones económicas a las cuales no escapa ni la “Casa de Dios”.

¿De Diós o del César?

“En el país casi todo está dolarizado, los precios de los supermercados, los costos de los repuestos, los restaurantes, las matrículas de los colegios, las medicinas y la ropa, así que no es de extrañar que las iglesias adopten las mismas prácticas que las instituciones privadas en el país para no sucumbir ante la inflación” comenta Ana Ferrer, feligrés de la Iglesia Claret.

Según el derecho canónico la contribución económica de los fieles (tradicionalmente conocida como limosna o diezmo) no es un acto de caridad sino de solidaridad que va destinado a solventar los gastos de la organización eclesiástica, promover la evangelización y cultivar la virtud de la generosidad hacia los más necesitados como fundamento de una vida cristina.

El dinero recaudado en las misas no solo ayuda a la manutención del párroco y la infraestructura del templo sino que va a sueldos y salarios de personal que trabaja en las parroquias y a obras benéficas como la “Mesa de la Misericordia” que todos los miércoles ayuda a alimentar a centenares de personas en situación de pobreza extrema en la Iglesia Claret (solo por mencionar uno de los ejemplos más evidentes).

Efectivo excomulgado

Tomando en cuenta los altos costos de todos los bienes y servicios, así como la escasez de dinero en efectivo y su diluida capacidad de pago, es simplemente inviable cubrir los costos de un templo con lo que cabe en las cestas que circulaban tradicionalmente en el marco de las misas.

“Hoy día para costear el mantenimiento de una sola iglesia en puro efectivo, haría falta circular no con una cesta, sino con un camión volteo 350, por eso es más cómodo para la gente y la parroquia que los aportes se hagan por transferencia”, comentó la administradora de un templo al norte de la ciudad que prefirió mantener su nombre en reserva, y acotó que “como algunas personas cuentan con la bendición de tener ingresos en divisas, si quieren ayudar de esa forma los recursos rinden más a la larga”.

Fuentes cercanas a la Arquidiócesis de Maracaibo indican que a veces la gente cae en el error de pensar que los aportes con transferencias son cuantiosos y bastan para cubrir las necesidades de un templo y la casa parroquial, pero “la verdad es que cuando la gente daba el aporte en efectivo durante la liturgia, había un factor de presión social que incentivaba a la participación porque otros lo estan mirando, pero ahora que la colaboración no es in-situ, la gente se olvida o sencillamente no da porque no tiene, no puede o no quiere”.

Ni para las ostias

Esta aportación de los feligreses católicos para hacer frente a las necesidades materiales de la Iglesia es insuficiente y en muchos casos puramente simbólica. Por lo general, las fuentes principales de la economía eclesiástica son dos: la limosna que los feligreses dan espontáneamente durante los actos litúrgicos y la que está ligada a la recepción de ciertos sacramentos, especialmente el bautismo y el matrimonio, con todo los inconvenientes que esta praxis conlleva.

El impacto de la crisis económica en la Iglesia católica venezolana vivió uno de sus episodios más visibles durante la pasada Semana Santa, cuando la iglesia colombiana tuvo que donar ostias para celebrar las eucaristías propias de la temporada, y desde entonces, la situación ha venido en picada, hasta el punto en que algunos sacerdotes se ven en la necesidad de usar sangría en vez de vino de consagrar, debido a los altos costos.

El tema de las finanzas de la Iglesia es un debate de larga data que está teñido por el contexto económico de cada país. En Venezuela, un país donde los índices de pobreza extrema superan el 80% es lógico pensar que la feligresía es de escasos recursos, aunque algunos templos por las condiciones socioeconómicas de la comunidad a la que sirven obtienen más aportes que otros.

En fin, todo se reduce a lo que dice el derecho canónico en su artículo 222 sobre La obligación de ayudar a subvenir las necesidades materiales de la Iglesia “Cada uno según su capacidad”, (pero mucho mejor si es en dólares).

 

Redacción: Luis Ricardo Pérez P.

Fotografía: Archivo

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