Cuando el matrimonio es un «negocio» el divorcio no es rentable
Cuando el amor se empaña y el compromiso se fractura el hogar tambalea. Es común que el desamor haga estragos y la decisión de separarse cada vez cobre más fuerza, pero ¿qué sucede cuando el miedo a disminuir su prosperidad alarga la agonía de un matrimonio donde ya el amor no existe?
Si la pareja ha tenido negocios en común y ha creado riquezas la separación implica liquidación de los bienes que se adquirieron durante el matrimonio, lo que hace que más de uno, sobre todo en los casos en los que hay gran cantidad de activos, se frene en la toma de esta difícil decisión.
Para la experta en leyes, Lorena Vargas, «cuando las parejas tienen bienes antes de casarse y cada uno tiene negocios, cuenta bancaria y vehículos, una fortuna que proteger, se casan bajo la forma de capitulaciones matrimoniales, esto quiere decir que los bienes que tenga cada uno de ellos antes de casarse van a permanecer bajo la administración y disposición de cada uno de ellos. Igualmente los bienes que adquieran posterior al matrimonio van a ser administrados por cada uno de ellos sin confundirse con lo adquirido por la comunidad conyugal. La otra modalidad es la comunidad ordinaria conyugal, que cuando se casan los bienes pasan a ser de la comunidad conyugal 50 y 50%, pero también si tienen bienes antes de casarse se dividen, confusión en que caen algunas personas cuando dicen que lo que tenían antes de casarse les pertenece, pero dice la jurisprudencia y también la doctrina que cuando ese matrimonio se disuelve se tiene que dividir 50 y 50%, así también las cargas y deudas que se adquieran durante el matrimonio».
«Muchas parejas detienen el divorcio, no por tratar de salvar la familia sino para no liquidar la comunidad conyugal, porque pueden perder más que estar casados, ya que todos los bienes se dividen», explica.
A juicio de Vargas, la decisión de permanecer en un matrimonio sin amor, para no perder bienes materiales, genera una relación tóxica, sobre todo si hay hijos. «Permanecen allí por el resguardo de los bienes y no por salvar la relación».
La experta señala que «es el matrimonio visto como negocio, desde el punto de vista que si yo divido un bien voy a perder o si yo me divorcio tengo que dejarle la casa y los niños y yo me quedo en la calle, diría el hombre, y tengo que empezar una nueva vida y no me conviene. Entonces prefieren quedarse en un matrimonio aparentemente estable cuando no lo es, sólo para mantener los bienes generados durante el matrimonio».
«La consecuencia que yo veo que trae eso es, nada más y nada menos, que mantener una relación que es imposible que siga adelante, una relación dañina, tóxica para una familia que está unida no por el amor o los sentimientos, están unidos por interés económico y por no dar el brazo a torcer».
La especialista señala que el daño que sufre una familia por la soberbia de no reconocer lo que a cada uno le pertenece es un camino doloroso que al final termina mal, pues en cualquier momento hay que liquidar los bienes o la relación se va a volver insostenible.
Sin embargo, estos casos se alargan cuando ambas partes no quieren ceder, pero si alguna de ellas lo quisiera no habría manera de mantener una relación de ese tipo, pues la ley reza que es suficiente causal de divorcio la ausencia de afecto. Lo que implica que si uno de los dos alega, ante la ley, que ya no quiere seguir casado es motivo suficiente para proceder a la liquidación de la comunidad conyugal, sin importar la opinión del otro cónyuge.
Sigue en la balanza la paz familiar y el interés financiero, sólo la sensatez podrá favorecer a las partes, la única lucha razonable siempre será resguardar la propia salud emocional.
Por: Gabriela Pirela
Fotografía: Archivo