Banco Mara, La «faraónica tumba» de un extinto imperio financiero
Orgullo, identidad, prestigio, historia y poder. El banco de Maracaibo fue la primera entidad financiera de Venezuela, pero más aún, representó un estandarte de la visión vanguardista y el ímpetu regionalista que siempre ha puesto al Zulia en competencia con el centralismo. Aunque estas líneas no pretenden ahondar en la trayectoria ni las controvertidas circunstancias que dieron pie a la debacle de tal institución, vale la acotación previa para entender la motivación tras el proyecto arquitectónico que fungió como trono del poderío económico local.
Cómo celebrar los 100 años de una entidad bancaria tan emblemática que llegó a emitir sus propios billetes, ejerciendo así la “independencia financiera” de un estado con alma de república. La monumental respuesta está enclavada desde hace 35 años sobre el Cerro Leonardi, en la avenida 2 con calle 84.
El 20 de Julio de 1982, al cumplirse exactamente un siglo de la primera asamblea general del Banco de Maracaibo, fue inaugurado el edificio de Banco Mara, una estructura de 31.000 m2 de construcción diseñada por el arquitecto José Hernández Casas, tan imponente, que rebautizó todo el sector donde fue erigido.
Significados implícitos
Cada detalle tiene un porqué intrínsecamente ligado a lo que esta especie de “banco central zuliano” quería proyectar ante el país y el mundo. Su ubicación está en el punto más alto de una formación geológica denominada “El Milagro”, que marca el borde original del Lago de Maracaibo y por donde hoy transita la avenida de mismo nombre, bautizada en conmemoración del lugar donde llegó flotando la imagen de la Virgen de Chiquinquirá en 1709.
La estructura de la sede también es una representación física de la vocación de sus fundadores, ya que se compone de dos cuerpos: Uno operacional y otro cultural, unidos por un área central donde se ubica el acceso principal que conduce hacia un amplio pasillo, cuyo techo va escalando hasta abrirse a un espacio transparente inundado de luz natural.
Este nexo entre las dos volumetrías funcionales es realmente una plaza techada -a la misma altura que la edificación- la cual constituye la obra de paisajismo interior más grande del país creada en un edificio privado. El ecosistema de galería diseñado por la firma Stoddart y Taborda brinda continuidad interna a los jardines exteriores donde destacan una llamativa fuente de tres torres difusoras que asemejan a gigantescas flores de diente de león.
El centro de esta área, está ocupada por áreas verdes -hoy marchitas-, una escultura del artista Francisco Narváez y una fuente que en sus tiempos de gloria ayudaban a climatizar el enorme recinto, resguardado por un techo de bóvedas traslúcidas y extensos ventanales que miran al norte y sur, explotando una vista privilegiada hacia el Lago (emblema del banco) que sigue dando la sensación de estar al aire libre.
El ala operacional abarcaba toda la actividad administrativa y consta de cuatro plantas y un sótano para oficinas de forma rectangular, delimitadas por tabiquería baja para facilitar la vista y comunicación entre los empleados. Desde afuera el aspecto del edificio es otro símbolo de grandeza: Una pirámide, aunque invertida, donde cada nivel superior sirve de visera al de abajo, ayudando a mitigar los efectos del inclemente sol marabino sobre las ventanas.
Hay quienes se elucubran si esta disposición piramidal inversa habrá actuado como un presagio o amuleto de mala suerte para el imperio corporativo que también quedó patas arriba a mediados de los 90’s, pero esto es materia para un debate místico/esotérico que de momento no viene al caso.
El ala cultural consta de tres pisos. En la planta baja se ubicaba la biblioteca David Belloso Rossell, un salón numismático donde se exhibían monedas antiguas y una galería para exposiciones. El nivel medio era el corazón del quehacer artístico, ya que ahí se aloja el auditorio de 407 butacas que durante muchos años (incluso después de la liquidación del banco) presentó conciertos, obras de teatro y diversas actividades gratuitas que ayudaron a enriquecer la formación de los marabinos. En el tercer piso está la sala de proyecciones, la sala de conferencias, oficinas y un depósito que servían de áreas de apoyo para la labor de la extinta Fundación Banco Mara.
Adelantado a su época
Este impresionante edificio que llegó a ser una de las sucursales bancarias más grandes de Latinoamérica, se levantó en solo 25 meses gracias a un sistema prefabricado fast track ejecutado por la empresa CARINCO, lo cual le mereció el premio de la Cámara Nacional de la Construcción y el Premio Nacional de Arquitectura.
Otras innovaciones incorporadas a la obra fueron las ventanas de doble cristal con persianas automáticas en el medio y un sistema de agua helada que recirculaba 300.000 litros por día para brindarle un clima constante al ecosistema interno.
El día de la inauguración, el primer mandatario, Luis Herrera Campíns, elogió la construcción bendecida por el arzobispo Domingo Roa Pérez, calificándola como «una verdadera colmena pétrea en el corazón de Maracaibo», en alusión al espíritu de trabajo industrioso que palpitaba en la edificación, mientras que el ingeniero Fernando Pérez Amado, presidente del banco, se refirió al edificio como «una verdadera joya arquitectónica». A la fecha es difícil si no imposible encontrar alguna expresión desfavorable, ya sea de propios o extraños sobre el insigne complejo empresarial, más allá de las lamentaciones por el descuido que evidencia en tiempos recientes.
Quienes trabajaron en la sede de la antigua entidad bancaria, detallan con nostalgia y tristeza que la edificación que también contaba con comedor, y gimnasio para los empleados hoy se encuentra depauperada como sede regional del Poder Judicial. Las fuentes no funcionan, los aires acondicionados se dañan constante mente, los jardines internos y externos están en condiciones lamentables y las escaleras mecánicas que impresionaron al presidente de la república, ahora están paralizadas.
La asociación de vecinos del sector Banco Mara intentó prevenir la instalación de los tribunales en esta joya arquitectónica, advirtiendo que las limitaciones presupuestarias del sector público y la negligencia ya evidenciada en otras sedes del Estado, terminarían degradando la creación de Hernández Casas. No fueron escuchados.
En diciembre de 2003 el Fondo de Garantía de Depósitos y Protección Bancaria (Fogade) formalizó la venta del edificio Banco Mara al Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), por un monto de Bs. 17.000.000.000 millardos -de los viejos- (equivalente a $10.625.000 a tasa no oficial de la época) y 12 años más tarde, en marzo de 2015, unos 500 funcionarios que trabajaban en los deteriorados tribunales del edificio Arauca en Bella Vista, se mudaron a este emblemático espacio de la ciudad.
Nostálgicos, cultores y conservacionistas del patrimonio arquitectónico todavía sueñan con emprender una cruzada para que el edificio sea transformado en un museo de arte, pero hará falta mucho más que suspiros y reconcomios para que Banco Mara vuelva a brillar como un faro del progreso y la cultura en la ciudad. Al igual que los egipcios, los zulianos parecen estar condenados a contemplar su deslucida pirámide volteada como lo que hoy es: La nueva sede regional del Poder Judicial y el descomunal mausoleo de un pasado fastuoso.
Redacción: Luis Ricardo Pérez P.
Fotografía: Archivo