Gastronomía 

El «Quesito Americano»: Una empalagosa tradición maracucha que todavía saca muelas y sonrisas

Crecer en Maracaibo es albergar gratos recuerdos de un gran pilar de madera coronado en envoltorios de colores abriéndose paso entre la multitud, mientras el pregón “¡llegó el Queeeesito Americanoooo” cortaba el bullicio del estadio o la salida en el colegio, desatando en los presentes una incontrolable salivación, seguida por una agobiante sed que intentaba aplacar la candente impronta dejada por esta empalagosa golosina en nuestros cerebros.

Hace 30 años era común toparse con los vendedores del “Quesito Americano” en las afueras de los principales colegios y plazas de la ciudad, pero hoy quedan tan pocos que se han convertido en una rareza digna de ser fotografiada como prueba de una avistamiento casi sobrenatural.

Quienes han tenido la suerte de probar una de estas coloridas melcochas, añoran la singular aventura de luchar con el persistente envoltorio que aprisiona a este icono de la infancia zuliana, garantizando lágrimas de nostalgia cada vez que el mismo reaparece en escena.

En la búsqueda de la elusiva chuchería de culto, un azaroso contacto periodístico encaminó a TuReporte por la senda de la arqueología culinaria, permitiéndonos el inesperado privilegio de ubicar a Jeremías Corté, un maracaibero de ascendencia neogranadina, quien no solo es vendedor y fabricante de las pegajosas chupetas, sino también hijo de uno de sus precursores.

Este microempresario nacido y criado en el centro de la ciudad hace medio siglo, cuenta que su papá José Antonio Corté, llegó a Maracaibo procedente de Cali a principios de los años 50’s y tras conocer a su mamá, se puso a trabajar fabricando lo que ahora se conoce con el nombre de Quesito Americano.

Jeremías relata que la golosina a base de azúcar, glucosa, almidón de maíz, aceite, colorantes comestibles y esencias saborizantes como vainilla y la canela, no fue inventada por su progenitor ni es una receta tradicional colombiana, sino que nació del intercambio cultural que José Antonio tuvo con comerciantes alemanes e italianos que también trabajaban en el centro de la ciudad.

“Cuando papá probó por primera vez aquel dulce que le dieron sus amigos, inmediatamente se dió cuenta que era algo que podría pegar comercialmente, por lo que aprendió a prepararlo y comenzó a distribuirlo el mismo”, cuenta Corté al remarcar que lo que sí hizo su padre fue bautizarlo con el nombre que hoy todos conocen, ya que el sabroso caramelo, al igual que el queso amarillo que comían los gringos de las petroleras era duro y brillante si le daba el frío pero se volvía elástico y pegajoso al calentarse.

En un principio los padres de Jeremías envolvían las chupetas en papel parafinado para que fuera más fácil despegarlas y los palitos eran ramitas de cují que ellos limpiaban de espinas y le ponían al caramelo para que la gente no se ensuciara las manos. Las paletas de helado y el papel bond de colores que hoy forma parte de la presentación, son recursos que se incorporaron más tarde en función de la disponibilidad de esos materiales.

Cuando el producto comenzó a popularizarse se vendían de 600 a 700 unidades diarias y los vendedores casi todos eran miembros y allegados de la familia, una modalidad que continúa casi intacta hasta la fecha, aunque Jeremías también distribuye el producto en algunas bodegas de 5 de julio y el Milagro.

“Hasta el año pasado tenía como 10 o 12 vendedores en la calle, pero la cosa ha bajado un poco ya que mucha gente está emigrando en busca de mejores ingresos”, acota el fabricante artesanal, mientras explica que el precio del producto al mayor ronda los Bs.3000 por unidad, pero los revendedores lo ofrecen entre 5 y 6 en la calle y entre 15 y 20 en el estadio, ya que deben pagar la entrada y el transporte en la noche.

“El costo en estos tiempos de hiperinflación debería ser mayor, pero si se aumenta demasiado no sale porque la gente no tiene efectivo y es un negocio que no se maneja con punto de venta” remata Jeremías.

Para fortuna de los más pequeños el Quesito Americano se apalanca en la temporada escolar para mantener a flote esta sabrosa tradición que lleva casi 70 años pintando lenguas y sacando muelas, pero tengan cuidado de no olvidarlo en morral del colegio para que esta rica golosina no se convierta en una pegajosa catástrofe de consecuencias irreversibles.

 

Para más información puede contactar a:

Jeremías Corté 0424-6047281

 

 

 

Redacción: Luis Ricardo Pérez P.

Foto: Cortesía

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