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Maracaibo Art House, un hogar construido con «desechos» y arte

A Francisco le emociona recibir visitas. No es para menos, porque cada rostro que se asoma por su puerta representa una posibilidad de mostrar “la casa de sus sueños”. El trabajo de más de 30 años que hoy es referente de que los desechos pueden convertirse en arte y el arte construir un hogar.

En el fragor de la cotidianidad, la Maracaibo Art House puede pasar desapercibida. En medio de tanta realidad, la casa, que data de 1922, se mimetiza con el entorno heterogéneo de una ciudad que se construyó a retazos de culturas y estilos arquitectónicos.

Sin embargo, algo tiene que irradia un halo de misterio y que seduce desde lejos. Francisco afirma que es la capilla que sobresale sobre las construcciones alrededor o la terraza, desde donde se observan los más policromáticos atardeceres, pero la gente asegura que es ese “aroma” a tranquilidad que emerge de las cosas que se construyen con amor.

Aunque posiblemente sea la sonrisa de Francisco, cuando se apresura a abrir las puertas de par en par, para que el visitante viva, por momentos, la experiencia de estar dentro de un museo que a la vez es una obra de arte y la casa donde es feliz desde hace 22 años.

El dueño número 13

La Maracaibo Art House o Casa Museo, no es más que el hogar de Francisco Domínguez, un ingeniero en computación que convirtió en realidad sus anhelos. No solo de tener “casa propia”, sino la casa soñada, por él y por muchos otros que gustan del arte, el reciclaje y la profusa decoración vintage y ecléctica.

“Se llama maximalismo”, afirma Francisco, para explicar esa corriente artística que propone una decoración con abundantes elementos pero que tengan un equilibrio. “Nunca es suficiente o demasiado, porque más es más, pero tiene que llevar un balance entre los elementos para que sea interesante”.

Sentado frente a la mesa de pool que rescató de un bar del mercado Las Playitas, Francisco se cruza de brazos para iniciar el relato. “El primer dueño de esta casa fue Matute Gómez, quien compró el terreno y la construyó, luego pasó por las manos de 12 propietarios. Yo soy el número 13, que se la compré a un tío mío y se la pagué por partes”.

Recuerda que la vivienda estaba deteriorada. “Tenía dos habitaciones, dos baños, la sala, el comedor, pero no había patio. Aproveché el deterioro para rotularla con marcador, como si un experto tuviera un proyecto de remodelación y pedí un crédito. El perito se lo creyó”.

Tres décadas y contando

Cuando Francisco adquirió el inmueble ya llevaba una década “coleccionando” puertas, ventanas y retazos de casas de la antigua Maracaibo. “Tenía todo en el apartamento que compartía con mis hermanos, porque yo era soltero, y cuando compré la casa pensé que era la oportunidad de usarlos”.

Además, el ingeniero de profesión, quien es artista de vocación, ya había desandado por varios países y poseía una recopilación de fotografías de aquellos lugares que lo sedujeron por su diseño, decoración o arquitectura”.

El primer día que entró a la casa en calidad de dueño, tomó una cartulina y esbozó sus ideas. “Quité el cielo raso de la sala y vi que el techo tenía bastante altura, eso me emocionó porque podía aprovecharlo. Ese día diseñé una casa con tres espacios”.

Retazos de arte, pedazos del mundo

Poco a poco fue surgiendo cada ambiente inspirados en los viajes de Francisco. A un lado de la sala está un pequeño salón inspirado en el Buddha-Bar de París; en lo que era un callejón construyó una pequeña piscina fuente, réplica de una localizada en un hotel en la calle 8 de la pequeña Habana en Miami.

El comedor se asemeja a un restaurante que Francisco visitó en Río de Janeiro, llamado Santo Escenario. “Aproveché todas las imágenes religiosas que tenía, santos y vírgenes, las pinté con colores icónicos y los coloqué en nichos de madera que fueron una vez los cajones donde ponían el dinero en el Banco Central”.

El bar, que está en el segundo piso y a donde se llega por una escalera de caracol, se llama Nouv Bar y su diseño fue realizado en honor a un lugar llamado Dorrego, ubicado en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Allí, entre muchas otras cosas, Francisco tiene una colección de 600 botellas en miniatura que heredó de su padre.

Al lado está el Salón de Pool, inspirado en dos lugares: Río Escenario (Río de Janeiro) y Georgi Porgie (New Orleans). “Aquí fusioné dos épocas, la década de los ochenta y el año 2000, que fue cuando lo construí”. Una de sus más llamativas piezas es una rocola que perteneció a un bar de Los Puertos de Altagracia.

Museo de la nostalgia

La Maracaibo Art House tiene también un área de museo, donde Francisco colocó todas las piezas que ha coleccionado durante décadas. “Hay teléfono de varias épocas, máquinas de escribir, equipos de sonido, discos de acetato, binoculares, cosas que se han usado para muchas producciones”.

Sobre esta sala museo está la Capilla, una especie de granero que da vista a la ciudad a través de cuatro ventanas que pertenecieron a un barco alemán. Luego, se abren las puertas superiores hacia la terraza, el anhelado patio de Francisco que recreó según la iluminación nocturna de las cabañas en Santorini, en Grecia, y la arquitectura de Casares en Málaga.

El resto de las áreas de la casa, desde las habitaciones hasta los baños, tiene sus historias, que Francisco con gusto la cuenta a sus visitantes. Pero como la estructura ya no posee más posibilidades de expansión, el dueño se las arregla rotando las piezas e incluyendo nuevas adquisiciones.

Un lugar muy visitado

De lo que más disfruta Francisco, es de enumerar los personajes que visitaron su hogar. “Huáscar Barradas me firmó la mesa de pool. Luis Silva realizó aquí su producción editorial de publicidad para Colombia y Venezuela. Fue interesante, porque él eligió entre tres lugares y me sentí halagado cuando me eligieron. Eso fue el día de mi cumpleaños”.

En la Maracaibo Art House se filmaron escenas de la película Ámbar, se han realizado más de 20 producciones fotográficas y audiovisuales, fiestas privadas, y han pasado a curiosear, desde reconocidos deportistas, modelos, reinas de belleza, cantantes, actores, periodistas y cualquiera que sienta deseos de visitarlo.

Pero lo que más emociona y llena de satisfacción a Francisco es un secreto que le reveló Regulo Pachano, un día que pasó a conocer la casa. “Él me dijo (Reguló) que yo había hecho realidad el sueño de Lía Bermúdez, porque ella quería que las casas de la Calle Carabobo fueran como estas, llenas de objetos que contaran historias”.

Sonríe con la sonrisa más amplia que le cabe en el rostro, suspira y se apresura a recoger un par de vasos que están sobre la orilla de la mesa de pool, en vista de que el tema pareciera estar agotado. ¡Francisco, una última pregunta! ¿Quien limpia la casa? Vuelve a sonreír y muestra los dientes. “Eso me toca a mi, por estar de inventor”.

 

Contactos:

@maracaiboarthouse

 

Redacción: Reyna Carreño Miranda

Fotografías: Cortesía

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