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El trajinoso y deprimente “desafío” de ser un pensionado marabino

Son las 12.30 del mediodía. Hercilia cumple 20 horas en cola y más de 24 desde que salió de su hogar, ubicado “más allá de La Curva”. Ella lleva el peso de 76 años de edad, padece de hipertensión y anda sola, porque el único hijo que le queda en el país está trabajando.

Frente al banco Bicentenario de la esquina de la 72 con la 3Y, hace más de 10 días cambió la cotidianidad. Cientos de ancianos pernoctan y “hacen vida” a diario, con la esperanza de obtener un porcentaje del pago de su pensión en efectivo. Cada uno es un pensionado marabino.

Hercilia llegó el día anterior en la tarde, pero con la “mala suerte” de que el racionamiento eléctrico no le permitió obtener su dinero. Con la obstinación inquebrantable de la ancianidad, la pensionada decidió quedarse a dormir en el sitio, para entrar “entre los primeros” al día siguiente.

Como ella, otro centenar tuvo la misma elección, así que aún permanece el la fila, pero ya próxima a entrar a la entidad bancaria. A su lado, Juana sonríe y mueve los hombros al ritmo del chimbanguele, que con su ta, ta, tan refresca un tanto el ánimo de los ancianos.

“Alegría mija. Al mal tiempo…”, dice Juana y continúa con su bamboleo. El resto la observa, unos sonríen, para otros resulta indiferente, tanto ella como el hombre que se pasea entre la muchedumbre, solicitando caridad con un San Benito en los brazos.

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“Ayudar en la casa” hasta la muerte

Estas escenas de decadencia se replican en cada entidad bancaria de la ciudad. Hombres y mujeres de cabelleras blancas, que llevan en la piel la inconfundible marca de los años. Ancianos que, en lugar de estar en sus hogares, viven su “retiro” en la calle, donde la dureza de una cera les sirve de almohada.

Pedro ve que la fila avanza, pero no se levanta de la “jardinera” que le sirve de asiento. Se rueda un poco y continúa en la espera. “Yo mija, tengo 78 años. Vivo solo, con la hija mía, pero ella sufre de migraña y no me puede acompañar. Anoche fue la tercera noche que pasé aquí”.

¿La tercera noche? “Si. Lo hago para ayudar en la casa, porque con 100 en efectivo es mucho lo que se compra en el centro, en cambio por punto la plata no rinde”, comenta con la convicción de que aún es su responsabilidad “sostener” el hogar.

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Pensionado marabino: ahorra dinero, fuerzas y fortaleza

El escenario asemeja a una feria. Pasteleros, cepilladeros, cafeceros y otros vendedores ambulantes rondan el lugar en busca de compradores. José pasa la calle en busca tranquilidad y sombra. Abre una bolsa de plástico y saca una arepa desfigurada por el trajín de la noche en vela. “Yo me traigo la comida y el agua de la casa, porque si compro aquí se me va la platica”.

El anciano de 81 años explica que su yerno lo dejó frente al banco en la madrugada y se fue a trabajar. José comenta que el marido de su hija trabaja en “el tráfico” y al rato pasa para darle una vuelta. “como no tengo teléfono, él está pasando hasta que estoy listo”.

Se arma una rechifla. Al parecer alguno quiso pasar antes de su turno y el resto grita “un colao, un colao”. El bullicio sube los decibeles, hay gritos, empujones y una que otra palabra subida de tono. En medio del tumulto, un zumbido y la popular expresión “se fue la luz” apaga los ánimos. Pero antes, un bromista deja una frase en el aire: “que viva la revolución, nojoda”.

 

Redacción y fotografías: Reyna Carreño Miranda

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