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Las “Peñas Hípicas”, donde apostarle más de un sueldo mínimo a un caballo es cosa normal

Las peñas hípicas son como las serpientes de cascabel. Las presas se sienten atraídas con su sonido atractivo, y una vez que se acercan, son atacadas ferozmente por afilados colmillos cargados de letal veneno. Estos lugares hipnotizan a sus víctimas con llamativos letreros, la oportunidad de beber cerveza y un bullicio que se filtra hasta la calle; sin embargo, una vez  dentro, sus cuentas bancarias son inoculadas con una toxina capaz de provocar la quiebra.Para Eddy, un herrero de 58 años, dejarse llevar por el influjo del juego le ha traído momentos de terrible angustia, pero también de gran alegría, cuando su cartera se ensancha producto del triunfo de algún caballo al cual le he apostado.

“Aquí no se trata de apostar a un número, eso déjalo pa’ la lotería, se trata de apostar al caballo bueno, al macho” decía luego de un trago de cerveza mientras observaba la tv plasma. Anterior a eso, cuando llegó, había pasado su tarjeta de débito en el punto de venta para apostar un millón de bolívares, y luego de terminar su frase, el caballo escogido – el número 3 – había perdido, junto con su primer millón. Tomó otro sorbo y se dirigió a la taquilla.

 

Personas como Eddy, son la mayoría –de trabajadores comunes y hasta bachaqueros–  que frecuentan diariamente estos sitios, donde arriesgar un sueldo mínimo o más en un solo caballo es algo común.

“Esto es solo para distraer la mente, divertirse” es la frase más usada por quienes responden a la pregunta de ¿por qué apuestan a los caballos?, pero su lenguaje corporal, cargado de ansiedad, cuenta sobre un vicio que escapa de su control.

Anderson, no quiso especificar a qué se dedica, entró y se dirigió inmediatamente al punto de venta. Su apuesta fue un “tarjetazo” por dos millones de bolívares. Preguntó cómo se jugaba, delatando así su condición de “recién mordido” por la serpiente hípica; tras recibir la información requerida fue a la taquilla, “quinientos mil al 7… ajá, en Tampa” le dice a la chica, mientras esperaba con impaciencia el ticket de su primera apuesta.

Como Anderson, es frecuente ver a personas que, entran a presurosos a la peña a “poner en juego” montos que en ocasiones superan los 5 millones de bolívares. Otros caen lentamente pasando la tarjeta de débito una y otra vez, buscando desesperadamente recuperar el dinero de apuestas perdidas, hasta que caen en cuenta que ya han dilapidado 10 millones de bolívares. También están los que llegan con grandes bultos de billetes del nuevo cono monetario, dejando en el aire la interrogante ¿dónde lo sacaron? sabiéndose lo difícil de conseguir efectivo en el país.

Los “quinientos mil al 7” le dieron a Anderson su primera victoria. El hombre saltó de su asiento gritando: “¡vamos nojoda que si llegas!”. Al otro lado del recinto, Eddy había vuelto a perder con el caballo número 5. “No me gusta quedar abajo”, comento el hombre mientras despedazaba el ticket.

El frenesí en la peña hípica, estalla en horas de la tarde, cuando el sitio está repleto de jugadores sedientos de fortuna y cerveza. A estas horas, es cuando los caballos “machos” son los más apostados, por gran probabilidad de cruzar primero en la meta, aunque un “burro” –como le dicen a los no favoritos– es más riesgoso, pero podría dar mejores ganancias que un macho.

Durante el clímax de una carrera, el bullicio de los jugadores celebrando el triunfo de su caballo se hace tan fuerte que los gritos se escuchan en la calle. Adentro es imposible entender lo que dice la persona de al lado. Las chicas de las taquillas tienen que acercar su rostro al orificio del vidrio para apuntar la siguiente jugada.

Este es el momento en que la victoria los hace sentir a los jugadores invulnerables, y buscan prolongar esa sensación de embriaguez emocional, pidiendo más cervezas sin reparar en precios ni cantidades. Un solo jugador puede llegar a pedir hasta 6 cervezas para él y sus compañeros, con un costo actual de 35 mil bolívares, que en total suman unos 210 mil bolívares.

“Ellos creen que porque han ganado quinientos mil o un millón, creen tener mucha plata” dice un apostador anónimo al presenciar el jolgorio.

Los machos ganaron de nuevo, y los jugadores que les apostaron celebran “chocando esos cinco” con tanta fuerza, que el sonido de sus palmas logra sobreponerse a toda la habladuría, chistes y reconcomios de la muchedumbre. Quienes pierden estrujan en su puño el comprobante de su derrota y lo lanzan al suelo con una maldición. Todo transcurre de la misma forma hasta el anochecer.

La serpiente hípica cobró sus víctimas, sus artimañas volvieron a surtir efecto sobre las presas incautas.

Cuando son casi las ocho de la noche, las taquillas cierran, mientras Anderson -quien no tuvo suficiente tras su primera victoria- terminó perdiendo una total de diez millones con el vaivén de su tarjeta de débito. Poseído por la angustia de recuperar aunque sea un poco, se acerca al punto  para pasar su tarjeta por última vez, “que sean quinientos mil” dijo. El ticket de la operación entregaba el temido diagnóstico de su situación financiera: “saldo insuficiente”.

Los jugadores se marcharon en su mayoría ya borrachos, unos ganadores y otros perdedores, dejando en su ausencia un recinto colmado de papeles arrugados, botellas vacías y revistas hípicas llenas de tachones de bolígrafo.

Eddy, quien fue uno de los últimos en irse, terminó por recuperarse y hasta lograr una considerable ganancia. Observaba desde el otro lado de la barra a los que partían. Con una cerveza en la mano exclamó su verdad a los cuatro vientos:

“¡¿Que si juego?, sí. ¿Que si me la pego?, que sí también!”

 

Jonathan Meleán para tu TuReporte

 

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