¡Alerta! Conozca cómo los “choros” drogan a sus víctimas en los buses
Al parecer el hampa encontró una nueva modalidad para someter a sus “presas”. Ya van tres casos similares de usuarios del transporte público que reportan sentir un malestar “de repente” hasta el punto de perder la consciencia. Conozca aquí las historias de cómo los “choros” drogan a sus víctimas.
Hace una cinco semanas Maria Isabel, de 38 años, viajaba rumbo a su trabajo en un bus de la ruta 5 de Julio. Eran las 8.00 de la mañana y el vehículo iba repleto, “hasta la jeta”, por lo que la cercanía entre los pasajeros era compacta.
No recuerda el momento ni a qué altura de la vía iba el bus, pero sintió que alguien le oprimió la muñeca con fuerza. Como acto reflejo sacudió la mano y de inmediato sintió que todo el brazo se le ponía frío y pesado. Se desvaneció.
Como pudo intentó aferrarse a la persona que tenía al lado, pero las nauseas y el mareo le ganaron. Escuchó como la gente comenzaba a gritar: “una desmayada, una desmayada”, y alguien le cedió el asiento.
“Me da miedo que sepan dónde vivo”
Se sentó pero admite que recuerda poco de lo sucedido. “Era como si estuviera debajo del agua. Se que la gente me hablaba, sentía manos que me tocaban y alguien me puso un caramelo en la boca. Me preguntaban ¿pa’ dónde vais, andáis sola, teneis teléfono para llamar a alguien?”.
Maria Isabel comenta que le dijo a la persona que tenía al lado: “a que altura estamos, yo me quedo en el Seniat”. Luego no recuerda mucho. Sabe que la bajaron del bus y sus compañeras de trabajo la encontraron al mediodía sentada en una jardinera”.
Antonia, una amiga que labora con ella relata que la vieron sentada y corrieron a ver que le había pasado, porque no llegó al trabajo esa mañana. “Estaba ahí, tranquila, con la cartera abrazada. Cuando le pregunté ‘Mary, qué hacéis aquí, qué te pasó’, solo me miro y me dijo ‘donde estoy’ y ni me reconoció”.
La cartera de María Isabel estaba vacía. Le quitaron el celular, el monedero y hasta las llaves de su casa. Asegura que pasó semanas con lagunas mentales, dolor en el cuerpo y dificultad para concentrarse. “Tuve que cambiar las cerraduras de las puertas de mi casa. Me da miedo que sepan dónde vivo y regresen por más”.
Dos sospechosos acechantes
El pasado martes, Angela, de 50 años, se embarcó en un bus de la ruta 5 de Julio a la altura del centro comercial Acedo Plaza. Como iba parada en el último escalón de la puerta, buscó moverse hasta subir y quedar justo en el inicio del pasillo, prácticamente “empotrada” entre la gente.
A la altura del BOD de 5 de Julio, sintió que dos personas se ubicaron a ambos lados de su cuerpo. “Me di cuenta porque me aprisionaron entre ellos. Era un joven de veintitantos años y una mujer cuarentona, parecían familia. Entonces tuve una corazonada de que algo no estaba bien”.
La señora cuenta que la mujer le puso la mano en el codo y la deslizó hasta la muñeca. “Sentí calor en el brazo y se me durmió. De inmediato me maree, me dieron nauseas y el estómago se me puso duro como una piedra”.
Angela buscó a toda costa mantener la calma, sobre todo porque sentía que la pareja de extraños la “acechaban” con alguna intención. “Me aferré al tubo del bus, abracé el bolso e intente respirar, aunque me sentía agitada y en el ambiente había un olor ácido, como a vinagre”.
“Si pudiera, no volvería a salir de mi casa”
A pesar de las náuseas, el mareo y en dolor de estómago, Angela aguantó en silencio hasta llegar a su parada en la Plaza de la República. “Me bajé y le pregunté a una señora si me podía acompañar hasta mi trabajo. Caminé como en el aire, iba vomitando y perdí la conciencia”.
La señora llegó a su trabajo de la mano de una desconocida. Luego se enteró de que una amiga la vio en el camino y la socorrió, pero Angela no lo recuerda. Solo sabe que pasó la tarde vomitando, con el estómago inflado y mucho dolor. Está aún somnolienta y sin apetito. Recuerda el evento como en un sueño.
Migdalia iba a su trabajo con una amiga y en el camino vio a Angela, recostada a un árbol vomitando. “¿Qué te pasó amiga?” le preguntó y ella le respondió, me siento mal señora, lléveme a mi oficina, se lo suplico”. La guiaron hasta su destino, pero la afectada jamás la reconoció”.
Angela reporta que no le quitaron sus pertenencias. Tal vez porque tuvo una reacción alérgica violenta que desconcertó a quienes la asaltaron. Sin embargo, siente un temor latente. “Si pudiera, no volvería a salir de mi casa”.
“Pensé que era la tensión, así que me bajé del bus”
Rosalía, de 64 años, salió de su casa hace dos semanas. Se montó en un bus de San Jacinto con rumbo al centro de la ciudad, porque quería hacer unas compras. Jamás llegó a su destino.
Recuerda que iba sentada en un puesto junto al pasillo. A medida de que el vehículo se fue llenando, un hombre adulto se paró junto a ella, sacó un “pañito” de su bolsillo y lo sacudió frente a ella. El trapo olía a perfume.
“Sentí picazón en la nariz y luego me dieron ganas de vomitar. La cabeza me daba vueltas y sentía que me iba a desmayar. Me puse las manos en la cara y escuché que el hombre me preguntó si me sentía mal”, recuerda y admite que luego todo se puso negro.
“Pensé que era la tensión así que grité ‘parada, parada’. Me bajé del bus y hasta ahí me acuerdo. Siento que caminé mucho, pero no sabía dónde estaba. Al fin llegué a una casa y allí me auxiliaron. Yo les di el número de mi hija y ella vino por mi. Mi monedero nunca apareció y a los días me sacaron dinero de la cuenta”.
Redacción: Reyna Carreño Miranda
Fotografía: Archivo