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Residencias San Martin: Un edificio tan grande como sus problemas

Con los ojos cerrados, el salitre en la cara, el canto de aves marinas y el rumor del viento en los cocoteros, Residencias San Martin se siente como uno de esos condominios de playa que abundan en la Isla de Margarita, pero al abrir los ojos el deterioro la estructura, el colapso de los ascensores y el deplorable estado de sus áreas comunes deshacen el hechizo sensorial en una distopia urbana.

Con 264 apartamentos distribuidos en 16 módulos de 16 pisos y ocho penthouses, esta emblemática muralla de concreto que serpentea hacia el lago de Maracaibo como la ola gigante de un tsunami habitacional, es el edificio multifamiliar más grande de la ciudad.

Un Megaproyecto

Aunque su construcción inició en 1974, a la par del otro mega-edificio de la zona, el Conjunto Residencial Mirador del Lago, la escala del San Martin -con un centro comercial adjunto y 102 apartamentos más que su vecino-, hizo que éste no fuera habitado hasta 1978, tres años después que su primo de 5 de Julio.

Inicialmente la colosal estructura contaba con una piscina semi-olímpica, parque de juegos y una cancha de baloncesto, pero hoy las ruinosas áreas recreativas no se corresponden con los recuerdos felices de centenares de familias que vivieron y crecieron durante los últimos 40 años en dichos espacios.

Para el momento de su inauguración el terreno contaba hasta con su propia línea costera, pero años más tarde, como parte del proyecto para extender el entonces llamado Paseo del Lago, se agregaron varios centenares de metros de rivera con arena dragada del lecho lacustre, en lo que ahora se denomina la Segunda Etapa de la Vereda del Lago.

Por más de 30 años el leve hundimiento de los suelos en el extremo cercano a la costa, mismo fenómeno que causó el abandono de las obras en el hotel Holliday Inn (ahora terminado como Intercontintental), agrietó techos, pisos, paredes y pasillos, desatando angustia entre los propietarios, pero la mayoría de esas cicatrices han sido disimuladas con la magia de la espátula y el mastique.

Gracias a la particularidad de contar con dos puertas de entrada, muchos de los apartamentos de 172 m2 con 5 habitaciones, 4 baños, cocina, sala y balcón, han sido divididos en dos y hasta tres partes para ser arrendados como residencias estudiantiles o piezas para solteros, incrementando la densidad poblacional del edificio.

Retrato de la crisis

La gran cantidad de carros polvorientos, empotrados en el estacionamiento con sus cuatro cauchos desinflados, son un testimonio de la estrechez económica que afecta a esta comunidad e impide mantener adecuadamente la estructura.

Unas cuantas capas de pintura no son rival para el viento del lago, que desconcha la fachada como una serpiente blanca que muda de piel, pero en lugar de nuevos colores, deja ver los vestigios de un pasado amarillo ocre.

María, una vecina sexagenaria que vive en La Martin desde 1984, se emociona al ver a una persona tomándole fotos al edificio. Sus esperanzas se ven rotas al darse cuenta de que es un periodista curioso y no un funcionario municipal o regional que viene a atender las súplicas de pintar el edificio.

“Tenemos tiempo pidiéndole a la Alcaldía y la Gobernación que nos den la mano con la pintura, pero hasta ahora nadie se ha acercado. Ojalá las nuevas autoridades se conduelan y hagan algo”, sentencia la mujer al confesar que el condominio del edificio a duras penas hace lo que puede, pero la situación económica hace que muchos residentes estén morosos.

Al igual que en el Mirador del Lago, los vecinos se organizan en comisiones para tratar de mantener funcionando algunos ascensores, pero la dura realidad de los costos resuena en el incesante golpeteo de pasos que descienden por las escaleras, creando un pulso constante en la junturas que rematan los quiebres angulares de la superestructura. De 16 elevadores que existían originalmente, solo uno está activo.

Fortín irreverente

La Martin, como la llaman propios y extraños, es más que un edificio hipertrofiado, es una comunidad impetuosa y contestataria, cuna de una juventud resteada que protagonizó episodios de agitación social en la ciudad durante los últimos tiempos.

Allanamientos de la Guardia Nacional, el incendio en la sede del CNE ubicada en el centro comercial (donde quedaba el desaparecido Banco Popular) y los intercambios de lacrimógenas por cohetones con la fuerza pública en el semáforo que marca el inicio de la calle 78, son las credenciales que signan a este tramo de El Milagro, comprendido entre Dr. Portillo y 5 de Julio, como un bastión de la llamada resistencia.

En los últimos meses el espíritu aguerrido de este edificio se nota algo más taimado. La frustración política le ha bajado el volumen a los cacerolazos que solían reventar desde los extensos corredores cada vez que se iba la luz.

Hoy la rueda del parque luce más solitaria que nunca aunque desde hace tiempo que nadie la usa. Al igual que en el resto del país, esta pequeña Venezuela de cabilla y cemento está envejeciendo por la acción de los años que se acumulan y expanden las cabillas dentro del hormigón, pero también por la partida de sus muchachos en busca de un futuro que ya no divisan en su horizonte, ni siquiera trepando al último piso.

 

 

 

Redacción y Fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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