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La «Ciudad de Dios» ora por un redentor que la saque del abismo

Declarado patrimonio cultural en 1992, el complejo Ciudad de Dios, es una joya arquitectónica diseñada por Alí Namazi y promovida por Monseñor Gustavo Ocando Yamarte como sede de la Fundación Niños Cantores, cuya escala y opulencia despertaron elogios y críticas desde el momento de su edificación. Hoy el pasmoso nivel de deterioro que evidencia la obra, la ha transformado en una representación criolla de “La Divina Comedia”, con todo e infierno.

Este relato sobre un “paraíso perdido”, al igual que la travesía literaria de Dante Alighieri por el valle de las sombras, comienza en medio de la espesura vegetal, mas no en un bosque de cipreses en la Toscana medieval, sino entre los cadillos y el pasto salvaje que engullen progresivamente el monumento urbanístico/religioso enclavado en la Circunvalación 2 de la Maracaibo contemporánea.

Morada de condenados

En el extremo norte un destartalado estacionamiento marca el punto de partida de una estrecha acera que se abre paso entre la carretera y la maleza, hasta una inmensa explanada circular de canto rodado crema y naranja, que funge como una especie de “purgatorio” entre la Iglesia de San Tarcisio y el “ángel caído” del complejo.

La derruida plaza es un anfiteatro de fantasmas. Solitaria y silenciosa muestra las cicatrices de un desgaste que parece hecho con saña. Los peldaños de la base sobre la cual se erguía la estatua que apuntaba orgullosa hacia el infinito, lucen mordisqueados por un cancerbero de tres cabezas (desidia, vandalismo y carestía) que ahuyenta a todo el que ose deambular por sus predios.

Un descomunal domo ovoide recubierto en mármol gris claro desconchado y flanqueado por 17 ábsides adosados que solía ser el museo, hoy más que nunca hace honor a su apodo coloquial de “el huevo”. Este cascarón ruinoso y pestilente a heces humanas, tiene en su cara sur un acceso de seis arcos ojivales donde reposa lo que queda del vitral diseñado por el artista español Ángel Atienza.

Fue ahí, en ese vestíbulo sembrado de porquerías y cristales rotos donde me topé con Carlos, un indigente de cuarenta y tantos años, quien accedió gentilmente servirme de “Virgilio” (el poeta romano que condujo a Dante) en este pasaje por el inframundo que se oculta en las entrañas del otrora lugar de contemplación.

La puerta a este averno marabino es una abertura entre latas que luchan sin éxito por mantener fuera a los invasores. En aquel cuadro solo faltaba la escritura en la pared que reza: “Es por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y al lugar donde sufre la raza condenada, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y no hubo nada que existiera antes que yo, abandona la esperanza si entras aquí”.

En el abismo

Al otro lado aguarda una visión literalmente “dantesca”. Todas figuras humanas del pesebre tamaño natural que engalanaban el jardín durante las navidades, yacen desnudas en el suelo inmundo junto a las bestias y hojas sueltas de textos religiosos, recreando una escena de tormento que parece fusionar en un solo nivel los nueve anillos del infierno escalonado descrito por Alighieri.

Los pasos crean un eco rasposo en el espacio circular de unos 30 metros de altura. La escasa luz que penetra por los remanentes del vitral y las ventanas de la planta baja dejan ver la estructura helicoidal de la rampa que bordea el domo hacia el segundo piso y el sótano.

Entre las sombras de la parte superior se pueden ver los murales con escenas bíblicas de la salvación pintadas por Abdón Romero, emulando al primer anillo donde purgaban condena eterna «los infelices que nunca estuvieron vivos, los niños que no pudieron recibir el bautismo antes de morir y personas de grandeza espiritual como Virgilio, quienes siendo paganos intuyeron la revelación cristiana”.

La enorme lámpara de vidrio diseñada por Atienza que coronaba el tragaluz del domo ya no está. Quién sabe dónde habrá ido a parar la obra creada con las botellas recolectadas por los alumnos del colegio Niños Cantores durante sus horas libres.

Hacia el fondo, a pesar de solo bajar un nivel, los vericuetos de una negrura espesa e impenetrable dan la sensación de una fosa sin fondo, como el abismo helado y estrecho donde lucifer bate sus alas, desterrado en castigo por su traición a Dios.

Junto a Carlos hay otras dos almas desposeídas que comparten aquel hábitat. Se arrastran entre los rincones oscuros, sin dar la cara, avergonzados por su decadencia o temerosos de ser  desalojados. Hace cuatro meses que están ahí sin que nadie los reprenda o les tienda una mano caritativa. Viven su propio tormento de pobreza y exilio social.

Hacia la luz

De vuelta en el exterior todo el pesar y la tristeza que oprime dentro del museo se disipa bajo la luz del sol que baña el techo en espiral ascendente del templo de San Tarcisio, como indicando el camino a redención. Ahí mismo, a unos pocos pasos de la oscuridad, cruzando el “purgatorio” desolado de la plaza.

De cerca, el templo regentado por el padre Miguel Ospino, también luce los azotes de la inconciencia y el pillaje. Entre ventanas rotas y la falta de aire acondicionado, la iglesia que alberga esculturas y pinturas elaboradas en talleres de orfebrería en Italia, una biblioteca y la fundación musical Niños Cantores, intenta conservar la dignidad con ayuda de los fieles, mientras implora al cielo y las autoridades públicas por la salvación de esta icónica obra.

Ospino asegura que “la historia del deterioro del templo es muy compleja”, ya que pese a haber sido declarado patrimonio de la ciudad por el alcalde Chumaceiro, “aún no se ha tomado conciencia del lugar, por razones diversas entre ellas falta de sentido cultural y artístico”.

Cuenta que tras su inauguración en el 98, el museo apenas disfrutó de siete años de esplendor y luego fue decayendo por motivos culturales, eclesiásticos, políticos, gubernamentales, financieros y hasta desidia de los vecinos, usuarios y fieles católicos en general.

“Muchos vieron está obra al inicio como algo personal de monseñor Ocando Yamarte, incluso cuestionando su utilidad”, acota Ospino, al defender que los grandes monumentos del mundo moderno también están atados al nombre de sus promotores y creadores, a quienes ya nadie cuestiona por la relevancia y aporte de su legado.

Hace más de un año, la gobernación del Zulia inició un estudio para evaluar el rescate del complejo Ciudad de Dios, pero la gestión de Francisco Arias Cárdenas feneció sin que la ayuda se concretara.

Hoy la vida litúrgica en San Tarcicio continúa a través de las eucaristías, confesiones, oración, unción de enfermos, adoración al santísimo, bautizos y primeras comuniones, aunque los fastuosos matrimonios que tenían lugar en este recinto están suspendidos.

Se busca redentor

Ospino destaca que “se entiende cuando algunos hablan de ‘abandono’ en el sentido de que las autoridades gubernamentales no hacen un esfuerzo para que ese tan simbólico y artístico lugar recobre su originalidad y funcione como debe ser”, pero destaca que el templo aún tiene dolientes ya que su mantenimiento todavía es posible gracias al aporte de feligreses que ayudan a costear la vigilancia mínima diaria y a un grupo de voluntarios que podan y limpian los jardines.

Por último el párroco llamó a los gobernantes a dejar de lado el partidismo político y a recordar que son mandatarios, administradores y organizadores de la ciudad, por lo que deben coadyuvar a su mantenimiento y ornato.

Así mismo agradeció las voces de solidaridad e indignación expresadas a través de las redes sociales, aunque acotó que quienes deseen unirse a la campaña de restauración y preservación de la monumental obra son bienvenidos a colaborar poniéndose a la orden o contribuyendo con recursos ya que “una de las causas por las que ese complejo está deteriorado así, es también porque muchos pudiendo colaborar y apoyar no lo hacen”.

Tal vez los indigentes del museo, así como la propia Ciudad de Dios todavía deban esperar a que alguna dama virtuosa como “Beatriz” envíe a un proverbial “Virgilio” a salvarlos de las fieras que acechan en el mundo y los guie a través de las tinieblas hacia el camino de la redención.

 

Redacción y fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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