Espacios 

El «mega-hueco de Maracaibo» sí tiene dolientes, lo que falta es «palabra»

Los agujeros negros son fenómenos astrofísicos cuya gravedad es tan poderosa que distorsionan el tejido espacio/tiempo y devoran todo lo que se les acerca. Este concepto ilustra en buena medida lo que ocurre con la llamada “fosa de Coquivacoa”, una tronera ubicada entre el Cuartel Libertador y el estadio Alejandro Borges, tan inmensa que durante casi cuatro décadas se ha tragado incontables toneladas de basura, escombros, fuego, cadáveres y dos megaproyectos culturales.

Todos los habitantes de la capital zuliana conocen el “hueco más grande de Maracaibo”, pero muy pocos saben o recuerdan porqué lo abrieron.

Utopía progresista

Para entender la magnitud del proyecto que dio origen a semejante “mordisco en la tierra”, imagine tener que abrir un hoyo donde quepan el hotel Maruma (con todo y Palacio de Eventos), el Teatro Baralt, Lago Mall, la Biblioteca pública María Calcaño, la Plaza de la República, la Alcaldía y el edificio Torre Cristal; así de ambicioso era el sueño del Centro Cívico Coquivacoa.

Esta utopía urbana fue ideada en 1976, durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez, como una macro-obra que buscaría brindarle a la segunda ciudad más importante del país, un espacio equivalente al teatro Teresa Carreño en Caracas.

El concepto desarrollado por el Estudio de Arquitectura AT, conformado por los arquitectos Cecilia Ferrer, Ramón Pérez y Rosario Giusti, vislumbraba en un área de 36.800 M2 un complejo urbanístico con centro comercial, centro deportivo cultural, una gran plaza cívica y de recreación, un centro de convenciones, un hotel de 25 pisos con 350 habitaciones, un teatro municipal para 2.500 personas, una biblioteca para 259 usuarios simultáneos, torres de oficinas y una torre para dependencias municipales.

La obra no pasó de la maqueta durante las gestiones de CAP y Luis Herrera Campins, pero el gobierno de Jaime Lusinchi, quizás distraído por la tramoya de Recádi o los escándalos con su secretaria privada, paralizó los trabajos que tenían un presupuesto estimado de 300 millones de bolívares (casi 48 millones de dólares a tasa preferencial de la época), cuando apenas se adelantaba la excavación para los cimientos y el área de estacionamientos. Lo que vino después fueron décadas de abandono, pestilencia y rascarse la cabeza.

A través de los años y las distintas gestiones municipales y regionales, la crisis de aseo urbano en la ciudad ha encontrado en el hueco de Coquivacoa un improvisado e intermitente relleno sanitario clandestino, que cada cierto tiempo, cuando la desfachatez se hace evidente, detona oleadas de indignación mediática que terminan en operativos de limpieza o incendios que consumen la basura depositada, así como alguno que otro cadáver despachado en la zona por cortesía del hampa.

Quizás lo más triste sea que toda esta “sinvergüenzura” ocurra no solo con la mirada indiferente, sino hasta la contribución ocasional de su vecino uniformado, que de vez en cuando arroja algunos desechos orgánicos en los predios de 300.000 M2.

Ruido y pocas nueces

En enero de 2010 este famoso retrete urbano se volvió a rebosar, pero de sueños, cuando el entonces secretario de cultura de la Gobernación, Giovanny Villalobos, mostró el espacio al maestro José Antonio Abreu, quien inmediatamente vio una localidad idónea para edificar en Maracaibo un gemelo idéntico del Centro Nacional de Acción Social por la Música (Cnaspm), que funge en Caracas como sede del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.

El éxito parecía garantizado. El prestigio del maestro Abreu abrió de par en par las puertas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien financiaría esta nueva acrópolis cultural con un aporte de 70 millones de dólares, para expandir los programas académicos y de entrenamiento para directores de orquestas, intérpretes y especialistas de la música, así como para promover la proyección internacional de las orquestas y músicos.

El genio arquitectónico de Tomás Lugo, co-diseñador del complejo Teresa Carreño (junto a Dietrich Kunckel) regresaría a tierras zulianas donde ya había engendrado el auditorio de la sede local del BCV, pero ahora la monumental propuesta contemplaría un enorme recinto con cuatro salas de concierto, butacas para 888 personas, escenarios con plataformas móviles independientes controladas electrónicamente, un moderno sistema de iluminación, 120 salas de ensayo simultáneas y herméticas y habitaciones para alojar alumnos de otras ciudades de Venezuela y el Caribe.

Ya han pasado casi ocho años desde que Villalobos y Abreu solicitaron a Hidrolago -ente propietario de las tierras- que donara el espacio para la sede del Centro Social para la Música. La iniciativa incluso contó con la aprobación del entonces ministro de Obras Públicas y Vivienda, Diosdado Cabello, pero hasta la fecha solo se ejecutó una limpieza del terreno en 2014, luego de que la secretaría de Cultura de la Gobernación anunciara públicamente que en pocas semanas iniciaría la recuperación de la fosa para el fastuoso proyecto.

«Ya iniciamos el proceso de limpieza. Estamos a la espera del ejecútese para cercar y limpiar totalmente el espacio y después de recibir el presupuesto comenzará la construcción. Esta es una de las ideas más grandes que tenemos para lo que es la música en el Zulia y para el Sistema», declaró Villalobos a los medios regionales hace casi cuatro años.

Se estimaba que la obra se concluiría en tres años, pero lo único que ha crecido en sitio son los retoños de las plantas que en aquel entonces brotaban en el fondo y ahora son árboles que rebasan el borde del cráter.

Nadie firma

Con los recursos garantizados a través del BID, la única traba que afronta el proyecto es la falta de voluntad política, ya que los ministerios de Ambiente y Vivienda siguen sin firmar la desafectación de los terrenos.

Hoy, a pesar de que la burocracia lo ha dejado mal parado ante la opinión pública, Villalobos sigue ondeando sus banderas y asegura que en el Gobierno nacional existe en la intención de coadyuvar a concretar el sueño que beneficiaría a unos 80 mil niños y jóvenes.

En conversación con Tu Reporte, el también ex secretario de Gobierno del Zulia, enfatizó que el uso previsto desde 1976 para la fosa de Coquivacia “no debe cambiarse”.

“Ya tengo ocho años pidiendo que ese espacio quede adscrito al convenio que se hizo con el maestro Abreu y sobre el cual se solicitaron importantes recursos que aún no han sido entregados a través del BID. En el trabajo que dejamos está hasta la ingeniería de detalles para tal fin. Ya hubo unos primeros documentos y es cuestión de que los ministerios con competencia resuelvan el problema legal de fondo”, explicó Villalobos, al afirmar que “hay que seguir insistiendo para que prive la sensatez” y esa fosa quede en manos del Sistema Nacional de Orquestas.

Salir del hueco

La preocupación de este docente con vocación cultural no se restringe solo al “hueco más grande de Maracaibo”. Destaca que hay un grupo de “visionarios”, entre los cuales identifica a Andrés De Cándido, Jorge Luis Gutiérrez y su persona, quienes estiman que los terrenos que van desde la fosa hasta el estadio Luis Aparicio, deben orientarse al desarrollo de un parque temático como ya existe en Carabobo o Margarita, para brindarle esparcimiento e ingresos a la región, en lugar de viviendas que congestionarían la zona.

“Yo he elevado a los candidatos a la municipalidad a que tomen en cuenta ese programa para desarrollar desde la fosa de Coquivacoa y el proyecto deportivo, cultural y turístico, en vez de volvernos locos entregando espacios que son privilegiados, para dárselo a un grupo de personas que necesitan vivienda, pero existen otros espacios de Maracaibo más idóneos”, acotó Villalobos, al abogar por lo que calificó como “proyectos de carácter estructurante” para el bien colectivo y mejoramiento de la ciudad.

Por último el exsecretario de cultura recordó que ya en el Zulia el Sistema Regional de Orquestas cuenta con unos 50 mil niños y jóvenes que están en núcleos atomizados y necesitan de esta sede para seguir desarrollando sus talentos.

“Mi gran observación es que se le dé continuidad a un proyecto de ciudad más que a un proyecto político. Cada niño que tiene un violín en sus manos es un drogadicto menos y una persona de bien garantizada”, concluyó Villalobos, al reflexionar sobre el lugar que solo parece tragarse el tiempo y los sueños de las administraciones públicas.

 

Redacción y fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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