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Ser cajero en Maracaibo: un trabajo de “alto riesgo”


Johan pasó la tarjeta de débito por tercera vez con el mismo resultado. “Señora, fondos insuficientes”. La sexagenaria lo observa con odio a través del cristal de sus anteojos y le arranca la lámina de plástico de entre los dedos. “Dame acá mal…” y lo nombra con una palabra antigua, fea y pavosa.

El joven, de unos 30 años, contiene el impulso de responderle y respira profundo. “El que sigue”, dice con un tono aireado y cortante. “Ah no mijito, no la vais a pagar conmigo”, le responde la próxima cliente con desafío. Mientras, los gritos de la anciana aun pueden escucharse desde la salida del local… “Estos hijos de… que no sirven pa’ un c…”.

La vida laboral de Johan es cada vez más insoportable, admite. Él trabaja como cajero en un minimarket desde hace tres años y siente que “los clientes” descargan en él todas las frustraciones que el sistema económico supone.

“La gente anda loca. Si la tarjeta no pasa reclaman, si aumentaron los precios se molestan, si algún producto se vende en combo o solo uno por persona, quieren pagarla conmigo”, relata con evidente cansancio.

En este negocio, como en otros de la ciudad, la rotación de personal es constante y cada vez los empleados vienen “más jóvenes y sin experiencia en la atención al cliente”, así que los problemas con los compradores son más frecuentes.

“Mi secreto es ser antiparabólico”

Esta inquietud de Johan se replica en sus otros dos compañeros de faena. Dimas, en sus 21 años, asegura que “jamás me habían tratado tan mal”. Se golpea el pecho con la palma de la mano derecha y frunce los labios. “Pero yo no les paro, no me doy mala vida”.

Completa la frase y se pone de pie. “Señores, las tarjetas del BOD no están pasando. Para que sepan”. Una rechifla se arma entre la concurrencia. Algunos clientes arrojan los productos sobre los anaqueles y se van. Otros se quedan a la espera de “un milagro”.

La cola que atiende Dimas se reduce casi a la mitad. “Pase el próximo con tarjeta de otro banco” comenta y sigue la rutina diaria. Este joven dejó el bachillerato porque su “mamá ya no tenía dinero ni para comer”. Trabajó en varios pulilavados y este es su primer empleo “formal”, donde comenzó en enero de este año como cajero.

“Yo me cuido, no quiero que me maten”

“Lola” lo mira desde su silla y con un gesto lo recrimina. María Dolores es una experta cajera, con 15 años de pericia en el” trato al público”. Asegura que fue empleada en dos supermercados grandes de la ciudad y que presenció como en 2015 tres mujeres “casi matan a una compañera”.

“Uno tiene que tener paciencia, tragarse los insultos y estar mosca, para que no te garren desprevenida”, advierte, mientras con resignación pasa una y otra vez las tarjetas que se niegan a dar un resultado positivo.

“Yo ni loca me pongo con los clientes”, resume y le entrega la tarjeta al hombre que espera impaciente. “Mi amor, si te la paso otra vez se puede bloquear. Quédate por ahí y yo intento más tarde”. El cliente toma la lámina de plástico y se va.

Cajero: un trabajo «bastante peligroso»

Mientras atiende al próximo comprador, Lola relata que en julio de 2015 tres mujeres golpearon salvajemente a una cajera del supermercado donde ella laboraba. “Allá en Fuerzas Armadas. Esa era la época que los bachaqueros estaban en su apogeo”.

La prensa reseñó que la empleada se negó a exceder el número de productos regulados, establecidos en las normativas regionales para la venta, al momento de la facturación. La joven, de 26 años, fue agredida y trasladada de emergencia al hospital Dr. Adolfo Pons, tras presentar laceraciones en el rostro y brazos, así como hematomas.

Lola recuerda que “eran de las bachaqueras más fuertes”. La cajera ya había tenido “unas palabras” con las mujeres, porque estaban “coleándose” en la fila para pagar y eso había molestado a los otros clientes.

“Cuando les tocó el turno para pagar, la cajera le dijo a una de las mujeres que no podía facturarle más de lo establecido en la venta de productos regulados, pero la tipa se volvió como loca y le brincó encima dándole golpes. Las otras dos la siguieron y entre las tres casi matan a la muchacha”.

Según Lola, todos los empleados “se metieron” para separarlas y llamaron a la policía. “A los mujeres se las llevaron presas y a la cajera para el hospital. Después seguimos chequeando como si nada. Por eso digo, mientras yo esté en este trabajo, ni loca me meto en problemas”, reconoce.

 

Redacción: Reyna Carreño Miranda

Fotografía: Archivo

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