Espacios 

Nos vamos a «Las Pulgas» y que Dios nos agarre confesados

Inicia el recorrido. Botas de seguridad, sin teléfono visible o guardado en el lugar más secreto posible, un bolso pequeño y ropa sencilla, para no despertar el hambre de quienes viven de arrebatar carteras. Es un submundo, allí se vende y se ve de todo. Algunas miradas se entrecruzan, luego se dispersan observando cada paso que dan quienes se mueven dentro de uno de los sitios más populares de Maracaibo. Me encuentro en el Mercado «Las Pulgas».

Lo más común en este lugar es la venta de verduras. Lo único bonito de «Las Pulgas» es el tentador precio que ofrecen, muy por debajo del real, pero la ilusión dura poco. «Si quieres comprar legal yo te puedo llevar a que un amigo y decir que eres mi prima, porque si compras por tu cuenta te tracalean, el precio que veis es porque los vendedores distorsionan el peso para que cuando te pesen cualquier verdura salga más de lo que realmente elegiste. Es una trampa tras otra, es mentira que aquí sale más barato, porque siempre te meten gato por liebre», me cuenta una amable vendedora de refrescos a quien, pese a no aceptar su invitación, le di las gracias y continué.

Respiro profundo y decido ir más allá. El recorrido ya deja de ser superficial. Venta informal de ropa, varias joyerías, zapaterías, farmacias, alimentos, frutas, juguetes, carne, cervezas y cigarros. Quienes hacen vida allí hablan de servicios sexuales y de que se convive con «cobravacunas», pero esto no parece molestar a los comerciantes, ya se acostumbraron a las «reglas» del lugar.

«Aquí todo es posible, muchachitas o mujeres ya mayores se ofrecen a los hombres a cambio de cobres, de eso viven. Pero el que quiera seguir comiendo de la venta aquí se tiene que callar la boca y hacer que nada vio, y pagar lo que haya que pagar para estar tranquilo», comenta un vendedor de plátanos.

Para que estas personas hablen deben verte como un comprador normal. Saben que si su nombre sale reflejado públicamente su integridad física estará amenazada.

Una imagen me quita el aliento y me deja claro a quién le pertenece este populoso mercado. Un hombre tallado en cerámica con la gorra de lado, zapatos de marca, pantalón azul, camisa, lentes de sol y una pistola que amenaza en su cintura nos recibe. Se quien es, ha permanecido allí durante años. Se trata «El malandro Ismael», una figura que los delincuentes idolatran y toman como protector de sus delitos, o personas que le piden ser salvados de la delincuencia. Es una especie de santo que, según quienes lo siguen, los protege del mal.

Ismael fue un delincuente de los años 70, caraqueño, que según cuenta la historia robaba bancos o a personas pudientes para llevar comida a los barrios y era visto como una especie de Robin Hood. Murió luego de recibir varias puñaladas y hoy es protagonista del sincretismo en el mudo delincuencial.

Es perturbador recorrer «Las Pulgas» y saber que los delincuentes no se ocultan, que hay cuerpos de seguridad allí rodeando el lugar, pero que tienen claro quién controla la zona. Es como estar en otra ciudad, yo diría que en otro mundo.

La venta de productos de primera necesidad es algo normal. Leche, arroz, harina pan, desodorantes, crema dental, medicinas, todo lo que cuesta encontrar en un supermercado en «Las Pulgas» existe por cantidades industriales y a precios exorbitantes.

Lo curioso es que varios hombres de verde, armados con fusiles e identificados como Guardia Nacional Bolivariana, se encuentran en puntos estratégicos del lugar rodeados de vendedores de los alimentos producto del contrabando o «bachaqueo», permanecían tranquilos.  Me fui del lugar sin saber a quien custodiaban, hay mucho temor, y cada quien traga profundo y guarda silencio.

Me pregunté muchas veces que sería de este espacio si fuera aprovechado para el comercio formal, si la gente pudiera acudir  sin miedo y si la legalidad se instalara. Un sueño quizás, pero compartido con algunas de las personas con las que tuve la oportunidad de conversar.

María Navas, vive en Santa Lucía, ella confiesa que jamás había pensado en qué sería de ese espacio sin todos los vicios y misterios que lo rodean. «La verdad es que es un espacio desaprovechado por el gobierno, aquí debería haber más organización, por lo menos garantizar al usuario mayor seguridad y que las calles estén en mejor estado, porque las aguas negras abundan», María ve el tema de la prostitución y del cobro de vacunas como «algo que la gente dice», pero muy lejano.

Roberto es un hombre de 56 años, estudioso y apasionado por el urbanismo,  me manifiesta que su sueño es ver convertida esa área del centro de Maracaibo en un hermoso Boulevard,  donde cualquiera pueda ir a distraerse, con elementos que eduquen a las nuevas generaciones y visitantes de otros estados de Venezuela sobre las costumbres marabinas.

«No digo que se eliminen las ventas, pero que se haga de una manera decente, nosotros no merecemos que se nos identifique como un pueblo sin ley, y eso es lo que vemos cuando nos metemos en los suburbios de «Las Pulgas», un desastre, este espacio puede ser aprovechado, yo creo que los gobernantes deberían tomar ese tema como una prioridad y de esa manera contribuir con el urbanismo».

Sigo avanzando, ya para despedirme, me encomendé a Dios antes y durante el recorrido y le agradezco que estas letras fueran escritas sin traumas. No fue cómodo sentir que varios ojos me observaban, y no es que sea especial, simplemente me encuentro en un lugar permanentemente vigilado por los creyentes de Ismael.

 

Por: Gabriela Pirela 

Fotografía: cortesía Agencias 

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