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La Plaza Bolívar de Maracaibo: Un jardín urbano «regado con sangre»

Es un paréntesis paisajístico en el ajetreado corazón cívico de Maracaibo, que hoy sirve de purgatorio a viejitos y desposeídos que acuden diariamente a leer el periódico, reclamar sus derechos o enlistarse en alguna misión social, pero entre los tiempos de la colonia y el nacimiento de la República, fue el escenario predilecto de sangrientos castigos ejemplarizantes, ejecuciones y trabajos forzados, impuestos por crueles piratas o inflexibles gobernantes.

Muchos lo ignoran y otros lo han olvidado ya, pero este lugar que a duras penas incita al bostezo y el letargo de quienes transitan por él, es nada menos que el núcleo primigenio de la ciudad colonial que el próximo 8 de septiembre cumplirá 489 años de fundada (1529).

Lo que hoy conocemos como Plaza Bolívar, no siempre se llamó así, ni tuvo el aspecto que hoy todos conocen. A continuación les presentaremos siete datos sorprendentes sobre este histórico espacio de la ciudad.

1.- Legado del renacimiento

La cuadrícula urbana del centro marabino, compuesta por una gran plaza rectangular, bordeada por las sedes de los poderes municipales, regionales y eclesiásticos, sigue al pie de la letra el diseño ideado por el genio renacentista Leonardo Da Vinci, que Cristóbal Colón trajo al llamado nuevo mundo, como parte del “manual de franquicias” que fue el modelo de ciudades coloniales regentadas desde España.

Aunque en algunas capitales latinoamericanas, estos núcleos cívicos pueden variar en cuanto a escala o espectacularidad de su arquitectura, todas guardan un ADN común fundamentado en lo que se pensaba que debía ser “la ciudad perfecta”.

Particularmente en el caso de Maracaibo, este espacio público que se llamó originalmente Plaza Mayor de San Sebastián de la Concordia, estaba bastante lejos de la perfección; de hecho no era más que un terreno estéril donde afloraba una gran meseta de roca que se extendía por varias calles hasta llegar a orillas del lago.

2.- Un escenario para el horror

El siglo XVII en Maracaibo fue una era de pillaje signada por el constante asedio de piratas que buscaban las riquezas de imperio español en las costas del Caribe. Desde 1614 la capital zuliana fue presa de corsarios como el holandés Enrique de Gerard y el inglés William Jackson, pero la barbarie que teñiría de sangre al centro de la ciudad llegaría durante el período hoy conocido como “El Quinquenio de los Piratas” (1665-1669).

Durante cinco años, la ciudad portuaria padeció bajo la espada y el fuego de truánes como el francés Jean David Nau (el Olonés), Miguel El Vascongado y el neerlandés Albert Van Eyck, pero ninguno superó en crueldad y avaricia al infame galés Henry Morgan.

Según los registros del cronista neerlandés Alexander Olivier Exquemelin, en su libro “Los Bucaneros de América”, durante el saqueo de Maracaibo Morgan atormentó a los pobladores  golpeándoles con palos, sacándoles los ojos o quemándoles con cuerdas caladas para que confesaran dónde habían escondido sus posesiones. Muchos de estos actos de dantesca brutalidad se llevaron a cabo en la Plaza Mayor, para infundir el terror en el resto de los ciudadanos y asegurar así su rápida cooperación.

3.- Paredón del herorismo

Tras la guerra de independencia, el prócer zuliano el Coronel Francisco María Faría, se había retirado a su villa natal en los Puertos de Altagracia, desde donde en 1835 se alzó contra el gobernador de la Provincia de Maracaibo, Manuel Ramírez, en apoyo a Santiago Mariño líder de la Revolución de las Reformas, en contra del gobierno del Dr José María Vargas.

El héroe de la batalla Naval de Lagunillas logró el control de la provincia pero terminó capitulando un año más tarde cuando el general Mariano Montilla llegó con tropas leales al general José Antonio Páez. El acuerdo suscrito para evitar una lucha sangrienta contemplaba que a Faría se le respetasen sus propiedades y su vida, pero terminó preso y posteriormente exiliado en EEUU.

Faría volvió en 1838 para planificar una invasión a la Nueva Granada (Venezuela), entrando por Perijá, pero es detenido y condenado a muerte. Ya preso cae enfermo y sus enemigos omiten el indulto previo de Páez y las súplicas de Rafael Urdaneta al presidente Carlos Soublette. El 8 de junio fue cargado en una silla hasta la plaza San Sebastián de Maracaibo, donde llegó muerto. Aun así fue fusilado a las 4 de la tarde.

4.- Al César lo que es del César

El apelativo ibérico de Plaza Mayor fue desterrado en 1867, cuando el entonces presidente del Zulia, el General Jorge Sutherland (mismo que inauguró el Palacio de Gobierno), mandó a fabricar una solitaria columna donde se colocó una estatua del Libertador y el nombre del espacio pasó a ser Plaza Bolívar.

Aquella distinción que luego se repetiría a lo largo y ancho de país, llegó a ser el primer monumento erigido en honor al Padre de la Patria en un espacio público de Maracaibo, pero solo duró seis años ya que en 1873 tras una remodelación total de aquella solitaria planicie, ordenada por Venancio Pulgar, como Presidente regional bajo las órdenes del dictador Antonio Guzmán Blanco, el nombre cambió a Plaza de La Concordia.

Debieron transcurrir 32 años para que el insigne espacio recuperara en 1905 la denominación que mantiene hasta la actualidad, luciendo a partir de entonces la estatua ecuestre del Libertador, elaborada por el artista Eloy Palacios.

5.- Y le sacaron la piedra

Bajo la gestión de Pulgar la plaza central pasó de mendiga a millonaria, con la intención de subirle el perfil a la ciudad, emulando a las plazoletas de los jardines de Versalles en Francia.

El diseño que contemplaba fuentes, caminerías, una explanada central, bancos de madera, faroles y muchos árboles, fue encomendado al artista zuliano Carmelo Fernández, de quien se rumora era pariente de Libertador Simón Bolívar, pero el ambicioso proyecto antes tenía que salvar un monumental obstáculo: Pulverizar la gigantesca loza pétrea del subsuelo y sustituirlo por tierra abonada.

La colosal y tediosa tarea era considerada capaz de exasperar al más dedicado de los albañiles, por lo que en lugar de obreros se utilizó a prisioneros que acometerían los trabajos forzados como parte de su condena. Hay quienes hoy incluso estiman que aquella afanosa labor habría ayudado a acuñar la expresión popular de “sacar la piedra” como sinónimo de perder la paciencia ante algo o alguien.

6.- Encerrada en jalabolismos   

Para completar su idílica visión, Pulgar ordenó fabricar en Alemania una elegante reja de hierro forjado con ocho puertas ornamentales (una para cada costado y esquinas), las cuales llevarían leyendas exaltando la grandeza del dictador, tales como: «¡Gloria al Ilustre Americano, General Antonio Guzmán Blanco, civilizador de la Patrial». También se encargaron cuatro estatuas de ninfas representando los pilares del progreso local: La marina, la agricultura, la industria y el comercio, que irían apostadas en los extremos de la plaza.

Tras la caída de Guzmán Blanco, el pueblo decidió mostrar su desprecio hacia quien dijo que «convertiría a Maracaibo en playa de pescadores», destruyendo las rejas que enunciaban su nombre, pero la rápida acción de un familiar de Carmelo Fernández, previno el crimen patrimonial al retirar las placas que habían sido montadas con tuercas, anticipando tal desenlace.

Un rumor dice que tras la remodelación de los años 70’s donde fue retirada la reja, un trozo de ésta fue conservado en la Residencia Oficial del Gobernador, pero años más tarde por razones que se desconocen fue a parar en una playa.

7.- Bolívar el irreverente

El uso de las estatuas de próceres como estrategia de protesta no es un invento contemporáneo, en Maracaibo se remonta a mediados de los años 30’s con la caída del gomecismo.

Tras la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, el país se sumió en un período de inestabilidad política que tuvo eco en el Zulia. Luego de casi una década como presidente regional (1926-1935), Vicencio Pérez Soto –quien hoy es recordado por haber remodelado el Palacio de los Cóndores- fue sucedido en un mismo año por el Dr. Leonardo Villasmil y luego el general León Jurado Rovero.

Aunque Jurado había sido designado por una presidencia compartida que asumió luego de la desaparición de Gómez, el pueblo lo identificaba como un asiduo colaborador del régimen y por ello un día la estatua ecuestre del Libertador amaneció con dos maletas a las patas del caballo y en la mano de Bolívar que sostiene el sombrero un cartel que leía: «Si no se va León Jurado, me voy yo».

 

 

Redacción: Luis Ricardo Pérez P.

Fotografías: Archivo

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