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El Palacete de Loyola: la historia de esta mansión te pondrá a temblar

Para observadores casuales, historiadores y arquitectos, el Palacete de Loyola es una reliquia impregnada de leyendas por un pasado de opulencia, fragor e infortunio, pero para Luis Pirela, es el hogar que de niño le heló la sangre y lo hizo mojar la cama, cuando descubrió que su familia no era lo único que habitaba en la misteriosa edificación. 

El crujir de los pisos, el ruido de trastos que caían en la cocina de la planta baja y la sensación de que alguien entraba a tu habitación para luego descubrir que estabas solo, eran parte de cotidianidad de Luis cuando llegó, en brazos de su madre María Gudiño, a “la mansión de la calle Dr. Portillo” en 1974, a la edad de dos años.

Al ir creciendo y hacerse más consciente del entorno, también fueron aumentando sus angustias. “Todo me daba miedo de la casa. Los ruidos, la sombra de los árboles alrededor, la oscuridad era lo peor”, cuenta el hombre de 46 años, al recordar con la mirada clavada en el piso que la llegada de la noche era un suplicio.

La idea de tener que levantarse en la absoluta penumbra, en un sitio donde 19 habitaciones vacías susurraban cosas ininteligibles, era una pesadilla a ojos abiertos, que lo hacía orinarse la cama por miedo a toparse con algo siniestro en los largos pasillos que separaban su habitación de el baño.

Los otros residentes

Durante años, Luis rezó para nunca tener que ver nada que empeorara su animadversión por la soledad de aquella estancia, pero esas plegarias no fueron escuchadas.

No recuerda cuántos años tendría cuando lo vio por primera vez. Confiesa que desearía haber visto solo una sombra o un destello por el rabillo del ojo, ya que así podría atribuirle aquella perturbadora imagen a su imaginación, pero le tocó la desdicha de topárselo de frente.

“Lo vi clarito corriendo por el pasillo. Su estatura y cuerpo eran bajitos como los de un niño chiquito, como de cinco años, pero después que le vi la cara y me di cuenta que era otra cosa”, aseguró Pirela, con una clara expresión de desagrado por aquel recuerdo.

Tras una larga pausa para inhalar y liberar tensión, Luis prosiguió el relato. “Corría y se escondía de un cuarto a otro como jugando con uno, pero el rostro no era el de un niño, más bien lucía como el de un hombre adulto, casi un anciano”.

Aunque su esposa Kissy siempre ha dicho a todo el mundo que nunca ha visto nada, tal vez para evitar incomodarse, Luis cuenta que en una oportunidad ella le confesó que estando en la cocina vio una sombra pasar fugazmente detrás de ella y esconderse tras la nevera. Por un instante pensó que se trataba de Luis Enrique -el único varón de sus cuatro hijos-, pero no fue así. Cuando se asomó a ver quién estaba ahí, no había nadie. “Pudo haber sido el hombrecillo”, especula Pirela, al indicar que a veces vuelven a verlo pero ya no les impacta.

El trabajador del Ministerio de Educación, explica que la intensidad de lo que ahora la gente llama “actividad paranormal”, varía sin un patrón específico. En oportunidades se trata de cosas simples como que lanzan al piso las camisas del tendero que tiene en su cuarto desprovisto de closet, pero en otros momentos son cosas más fuertes. Sus hijas han sentido que algo pesado se monta sobre ellas cuando están durmiendo y al abrir los ojos hay una sombra que luego desaparece.

Acostumbrados

Tras cuatro décadas, los residentes de la Loyola han aprendido a sobrellevar estas experiencias inusuales, que también mermaron a medida que la casa se fue poblando con tres generaciones y 10 familias del clan Pirela, integrado por los padres, hermanos, hijos, sobrinos y nietos de Luis.

Cualquier otra persona no habría dudado un segundo en correr a la iglesia más cercana a buscar un sacerdote que bendijera la casa, pero el cuenta-dante de la lúgubre mansión, asegura que cree más en “el poder de la palabra”, por lo que él y todos los miembros de la familia se mantienen en constante oración para pedir protección de los peligros invisibles y también los terrenales que merodean la casa.

“Nosotros hemos tenido que hacer algunas modificaciones orientadas a mejorar la seguridad, por eso se han instalado unas rejas y se han sellado con bloque varios de los accesos, para resguardarnos lo mejor que se pueda del hampa desatada”, acotó el funcionario público.

El hombre de tez morena y acento marabino asegura que no todo han sido espantos y brincos, ya que incluso en su época escolar, los amigos hacían chiste de su residencia, a la que llamaban el “Castillo de Grayskull”, en alusión a las comiquitas de He-Man y los Amos del Universo, que se transmitían por Venevisión en los años 80’s.

Durante la adolescencia y la adultez joven -con los miedos ya controlados- el palacete fue la sede de aventuras familiares jugando al escondite con amigos y primos. “Apagábamos las luces y mi hermano y yo nos escondíamos debajo de los carros. Cuando pasaba alguna de mis primas les agarrábamos los tobillos y en una oportunidad hasta se desmayaron del susto”, recordó Luis, mientras luchaba por contener la risa.

No son mitos

Ya con el discernimiento que brindan los años y el camino recorrido, Luis reflexiona que la casa simplemente muestra las cicatrices y ecos de una larga y convulsionada historia con múltiples facetas que fueron dejando su impronta.

Un ejemplo de esto es la existencia de túneles secretos bajo el patio. Pirela aclaró que mucha gente cree que se trata de un mito, pero hace diez años cuando el dueño del taller de motocicletas que comparte la cuadra con la Loyola estaba haciendo una construcción, accidentalmente perforó uno de los túneles mientras hacía una de las fundaciones.

“Cuando estaban cavando entre la acera y el terreno el piso se socavó. En el hueco se podía ver claramente una cavidad que atravesaba desde estos lugares hacia la casa de Copei, que antes era otra mansión. El túnel estaba sujetado por una seguidilla de marcos con horcones, al estilo de las viejas minas”, afirma Luis, al describir el sorprendente hallazgo que data de los años en que la casa fue la residencia del Presidente del Zulia, Pérez Soto.

Un año después se toparía con otro descubrimiento del mismo tipo pero en circunstancias más peligrosas, cuando se dirigía a reparar una tubería rota en la cara sur de la propiedad, justo antes del árbol que está junto a la torre.

“Fui con mi hijo Luis Enrique, quien entonces tendría como 12 años, a revisar la tubería y cuando iba caminando y de pronto el terreno se fue. Traté de agarrarme del monte pero caí unos tres metros y me raspé con la maleza. Le dije a mi hijo que llamara a su tío y trajeran la faja que usamos para remolcar los carros cuando se quedan. Yo había quedado sobre un montículo de arena y apenas entraba luz por el hueco en que caí. Miré alrededor con bastante nervio porque entendí que podía haber muerto y a unos tres metros pude ver una construcción de ladrillo en uno de los costados, lo demás era oscuridad”, cuenta Luis, señalando que aquello era otro de los túneles que conectaban con el sótano que una vez tuvo la casa, el cual terminó convertido en un tanque de agua antes de que ellos se mudaran allí.

El cuidador de la Loyola afirma muchas de las historias, ya sean paranormales o no, tienen su origen en las cosas que ocurrieron en la casa a lo largo de los años. “Por ejemplo, dicen que aquí se aparecía una monja que murió al caer del segundo piso, pero nosotros nunca la hemos visto. Esa historia probablemente viene de los tiempos en que esto fue sede del colegio La Presentación”, aseguró.

Exhumando la historia

Esta mansión de estilo victoriano que combina elementos de la arquitectura italianizante y la corriente Art Nouveau que se popularizó en Francia a finales del siglo XIX y principios del XX, fue diseñada en los años 20’s por el arquitecto belga León Jeróme Höet, bajo encargo de Joshua Da Costa Goméz, un marino mercante proveniente de las Antillas Holandesas que llegó a ser accionista de la Cervecería Unión Zulia y dueño del Tranvía de Maracaibo. Un dato curioso que delata la ocupación de su propietario, es que visto desde el aire, el terreno tiene forma de barco y la casa está ubicada justo donde quedaría el puente de mando en la proa de la nave.

El acaudalado empresario y su familia solo residieron por dos años (1926-1928) en la opulenta vivienda ubicada la calle 78, entre avenidas 23 y 25 del sector Paraiso, ya que el acoso del gobierno de “El Generalísimo” Juan Vicente Gómez, lo llevó a dejar el país hacia Curaçao, donde murió el 5 de febrero de 1938.

Tras la ida del dueño original, en 1928 la monumental casona que lucía un deslumbrante color blanco desde la planta baja hasta el mirador de la torre, se transformó en la residencia del Presidente del estado Zulia (como se denominaba al gobernador en esos tiempos) Vicencio Pérez Soto. En 1935 fue hipotecada al Banco de Venezuela.

En 1938 fue comprada por Wilhelm Büsiq para fungir como sede del Colegio Alemán hasta y luego pasó a manos de Francisco Quintero, miembro de una familia famosa en la región por sus adquisiciones comerciales.

Bajo la tutela de los Quintero el palacete sirvió de sede inicial al colegio La Presentación (1942) y luego de la Organización San Javier, dirigida por curas jesuitas que rebautizaron la propiedad como “Loyola”, en honor a San Ignacio (el fundador de su orden religiosa).

Por breve tiempo la mansión también fue sede del Instituto de Comercio Maracaibo (1960) y la Escuela de Artes Plásticas Julio Arraga (1965), hasta mediados de los 70 cuando fue otorgada en comodato a la familia Pirela, quienes han cuidado la propiedad por más de 40 años.

A pesar de que en 2014 la Gobernación del Zulia declaró la Loyola como espacio de “utilidad pública” para formar parte de la ruta histórica cultural que adelantaba la gestión de Francisco Arias Cárdenas, el proyecto de recuperación que debía estar listo para finales del 2016 nunca se concretó.

Los Pirela no han sido reubicados en las viviendas prometidas por el ejecutivo regional, por lo que se mantienen viviendo en la deteriorada mansión, cada vez más llena de familia, historia y eventos inexplicables.

 

 

Redacción y Fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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