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«El Altamira» todavía proyecta una sombra de miedo sobre 5 de julio, pero ¿es real el peligro?

En los años 80’s ir al cine ya era toda una aventura, pero si la sala escogida era la del Altamira, había un complemento extra de adrenalina que nada tenía que ver con la película. La posibilidad de que el edificio del Banco del Comercio te cayera encima, era el terror de los padres y un tema de conversación obligatorio mientras hacías la cola para comprar las entradas. Tres décadas más tarde la estructura sigue en pie, pero cuál es el estado actual de la obra.

En el mundo corporativo moderno, la sede principal de un banco suele ser una declaración de poder. La magnificencia y altura de su edificio no solo sirven como referencia geográfica que ayuda al ciudadano a encontrarlos y a tener siempre presente la marca como parte indivisible del paisaje urbano, sino que juega un rol más importante para la entidad financiera, al transformar el tamaño en un indicador de confianza en la psiquis del usuario.

Esta traza evolutiva y cultural que viene dada por la dinámica de los hijos hacia sus padres durante la infancia, se replica a lo largo de nuestras vidas adultas, hasta el punto de convertir la altura física en una de las cualidades más asociadas con el liderazgo. Con tal consideración en mente, en 1973 la torre del Banco de Comercio, se erigió en la esquina de la avenida 18 entre calles 76 y 77 como el edificio empresarial más alto de Maracaibo, una distinción que tal vez fue su propia condena.

Del esplendo al temor

Ya fuera por razones de placer o negocios, durante casi diez años el rascacielos bancario y su arma secreta, el cine Altamira, atrajeron un sinfín de marabinos a su sede, hasta que en 1984 los cálculos literalmente fallaron. Algo en la ingeniería del edificio salió mal.

El síntoma delator fue un ascensor que se atoró en la fosa de elevación. Una inspección del departamento de bomberos de Maracaibo determinó que una deformación estructural impedía el desplazamiento de aparato, tal vez causado por una inclinación no detectada al momento de la construcción o un deslizamiento de alguna de las bases. Como resultado de ésta y otras experticias, el edificio fue declarado inhabitable por la municipalidad y se ordenó el desalojo que selló el destino de la entidad bancaria, más no el de la sala de proyección.

Por otros 20 años, el Altamira siguió deleitando al público local con títulos como Karate Kid, La Historia Sin Fin, Los Gremlins, Un detective Suelto en Hollywood, Me Enamoré de un Maniquí, Robocop, Breakdance, Batman, Terminator II, Los Inmortales, Arma Mortal, Rain Man, Cuenta Conmigo, Las Tortugas Ninja, El Vengador del Futuro, Roger Rabbit, Moonwalker, Forest Gump, Corazón Valiente, Tonto y Retonto y Matrix entre muchas otras, pero la estocada final fue la cada vez más aplastante popularidad de los multi-cines en los centros comerciales Gallerías Mall y Lago Mall a finales de los 90’s.

En 2005 se acabó la función. Solo pasarían cuatro años para que el tsunami de las iglesias evangélicas que ya había inundado los cines Metro y La Paragua llegara a las puertas de esta “edificación de Damócles”, solo para salir corriendo tres años más tarde (en el 2011), antes de que la inestable mole de cabilla y concreto los transportara literalmente ante la presencia del todopoderoso.

Hoy el edificio sigue en pie, destartalado y ruinoso pero desafiante de las voces que presagiaron su colapso inminente hace 33 años. Desde afuera la obra asentada en los archivos municipales a nombre de la empresa INCODE S.A., luce fea pero sólida. Por dentro la historia es muy distinta.

A la buena de Dios

Francisco Chiquito es una de las ocho personas que hoy residen en la infame torre que proyecta una sombra de miedo sobre 5 de Julio. La fe en Dios, el desempleo y la falta de vivienda lo impulsaron hace diez años a desafiar el sentido común, cuando su cuñada, quien fuera conserje del extinto Banco del Comercio, le convidó a cohabitar el espacio, mientras encontraba otra solución a su dilema existencial.

Este hombre de casi 60 años y su familia han sido testigos de excepción del enorme peligro que aun late en “el edificio Altamira” (como lo llaman los lugareños). Hace tres meses, en mitad de la noche, un gran estruendo y el crujir de los bloques hicieron que Francisco, su esposa y su cuñado despertaran de sobresalto en el inmenso sótano ubicado justo debajo del cine, en lo que era la sucursal bancaria.

En el momento creyeron que todo el estrépito se debía a algún vehículo que había colisionado contra el edificio, pero se trató de algo peor. Al inspeccionar la antigua área de atención a los cuenta-habientes, descubrieron que las baldosas del piso habían estallado en varios sitios, producto de la presión de la estructura y el hundimiento del suelo.

Chiquito cuenta que el episodio solo es el último y más fuerte de una serie de eventos que demuestran sin lugar a dudas que la torre se sigue desplazando y podría sucumbir en el momento menos esperado.

“Desde que estamos aquí, la gente de FOGADE (Fondo de Garantías de Depósitos de las instituciones financieras), quienes son los dueños de la propiedad, han venido en cinco oportunidades a tomar nuestros nombres. Nos dicen que van a tratar de reubicarnos porque tienen que demoler el edificio, pero nunca ocurre nada”, explica el angustiado hombre.

Francisco cuenta que la otra parte habitada es el primer piso, donde habitan su cuñada con el esposo y tres hijos. “Ellos están prácticamente a la intemperie porque la parte del arriba ya no tiene ni ventanas. En los 20 años que estuvo desocupado tras el desalojo, le fueron quitando los marcos de aluminio y las ventanas hasta que dejaron solo el esqueleto. No hay muebles de ningún tipo”, detalla el residente que asegura desconocer en qué estado se encuentra el cine.

«No tenemos acceso ahí, aunque debe estar inundado por la lluvia, ya que las filtraciones llegan hasta el sótano», recalca Francisco mientras se mira las manos y cuenta que “hace poco estuvimos tres días sacando agua y ya me dolían la manos de exprimir el paño que usaba para secar el piso”.

Antes que sea tarde

Aunque ocupa ilegalmente el edificio, Chiquito y su familia no viven como indigentes. El lugar está amoblado con sofá, sillas, cama, ventilador, nevera, televisor y hasta una computadora con cornetas donde reproduce la música cristiana que acompaña sus oraciones diarias para que Dios los cuide de morir aplastados.

El aire de aquel precario “loft” está viciado, es espeso y cargado de un olor a humedad moho y heces humanas o de animales, que se filtra desde los alrededores. No hay luz natural, ya que la única ventana que daba hacia la calle 76 debió ser tapiada con bloques y cemento cuando los huele-pega que frecuentaban la zona les reventaron los vidrios hace años.

A diferencia de los «invasores» que tradicionalmente ocupan predios abandonados, Francisco no se resiste a la idea de mudarse, anhela recuperar una vida normal y libre de peligros por lo que apela a las autoridades públicas y hasta los candidatos a las alcaldías y la gobernación del estado para que les tiendan la mano y los reubiquen, antes de que se cumpla la profecía de una desgracia en el Altamira.

 

Redacción y Fotografía: Luis Ricardo Pérez P.

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