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Autoescuela Roma: un compromiso que “rueda sin parar” desde 1959

Rocco llegó a Maracaibo en el año 56. Tenía 17 años y no sabía hacer ni “una O con un vaso”, pero le apasionaba manejar y quería que todo el mundo aprendiera a hacerlo de la mejor manera posible. Hoy, cautivado por 62 años de vivencias, se declara satisfecho de ser el dueño de la única autoescuela que queda en la ciudad.

Sentado en su oficina, Rocco De Donato recuerda esos primeros días, cuando llegó a un “paraíso de tierra y de gente”. Con la musicalidad del español hablado con acento italiano, el instructor relata que “antes había muchas autoescuelas. Estaban la Capri, la Italmarabina, la Cuba, el Carmen y pare de contar. Yo me presenté en la Capri y cuando me preguntaron ‘que quiere’ yo les dije ‘enseñar a manejar’”.

Era un impetuoso joven de 18 años, con una determinación de hierro y un encanto personal que se mantiene intacto. “El primer día me asignaron a una joven para darle una clase de una hora diaria. Cuando completó el curso de 10 horas y aprendió a manejar, se fue y me mandó dos clientes más”.

Al cabo de dos meses y medio, el italiano ya tenía 20 personas esperando para recibir sus clases. “Al dueño de la autoescuela no le gustó. Un día llegó y preguntó: ¿Qué pasa con este Rocco que tiene el aula llena de gente y los demás profesores no tiene nada? y la secretaria le respondió: ‘señor es que él enseña a uno y viene dos, enseña a dos y viene cuatro’. Entonces el patrono dijo: ‘que se valla Rocco’”.

Con efusividad comenta que “ni corto ni perezoso me fui, pero me quedó la inquietud. Yo decía ‘a mi me gusta esto’, entonces se me prendió el bombillo. Fui a la avenida Baralt, donde el inspector de tránsito Paolo Hómez. Él me dijo ‘muchacho qué quieres tú’ y yo le contesté ‘quiero enseñar a manejar’, entonces me preguntó ¿de dónde eres tú? ‘no soy de Roma, pero paso por Roma’ le respondí y me dijo estas palabritas: ‘aprenda a manejar mejor y en menor tiempo en autoescuela Roma’”.

De Donato afirma que no pasó mucho tiempo antes de armar su plan. “En una chivera compré un cacharrito por dos mil bolívares, un culo ‘e pato año 49, y empecé a trabajar en la ruta Santa Rosa – Bella vista. Al lado de la farmacia Estrella, en un ‘chucuruco’, estaba una barbería donde yo me pelaba. Le pedía al barbero el número de teléfono y a un señor que trabajaba herrería le encargue 100 chapitas que decían ‘autoescuela Roma’ con el número de la barbería, las regué entre todos los choferes y cada vez que pasaba por la barbería alguien se asomaba y me gritaba: ‘ey, tiene una llamada’”.

En tres cortos meses la vida de Rocco cambió: compró carro nuevo, contrató a una secretaria y alquiló una oficina. “Comencé frente a la joyería Cupello, en ese callejón, después me mudé a varios lugares hasta que llegué aquí (calle 75 cruce con avenida 9B), donde tengo 50 años”.

Una tierra, un hogar

Rocco estrechó lazos afectivos y comerciales con quienes lo apoyaron para cimentar su autoescuela. “A todos esos choferes les fié un carro. Los compraba por 10 mil bolívares y se los fiaba en 12 mil, todos me pagaron al pie de la letra y ninguno me quedó debiendo. Llegue a tener 27 autos, unos los administraba yo otros los administraba el chofer, carritos por puesto de Bella Vista, Ziruma y 18 de Octubre”.

Una de las vivencias que más impresionó a De Donato se desarrolló el Santa Rosa de Agua. “Yo iba en mi carro y poco antes de llegar a la bomba Flor de Coco, un padre de familia me salió al paso y me dijo ‘allá adelante están haciendo tiros, ten cuidado, metete en la casa’. Yo entré y en menos de 20 minutos la señora salió con un plato de mondonguito y me lo entregó: ‘tome mijo, coma’”.

El italiano confirma que en Maracaibo “encontré gente maravillosa, que se quitaba el pan de la boca para dármelo y tierra que producía tres veces más que en otras partes. Cuando decidí migrar tuve para elegir entre Canadá Argentina y Venezuela. Elegí este país, porque en el pueblecito donde vivía yo era muy pobre y en tiempo de invierno nunca tuve la dicha de tener un abrigo. Me vine para acá por el calor”.

Sonríe y cuenta, tanto con las manos como con la voz, que entró a Venezuela por Caracas, pero allí solo estuvo mes y medio. “Me vine a Maracaibo en un bus por una carretera de granzoncillo. Ahora, cuando me preguntan de dónde soy, yo digo que de Santa Rosa de Agua”.

Todos pueden aprender

Con convicción afirma que todos los “miles y miles” que han pasado por su autoescuela aprendieron a manejar. “He enseñado a familias completas, por generaciones, la abuela, la madre, la hija… El secreto es tratarlos bien y enseñarles sin poner mala cara. Honestidad, responsabilidad y puntualidad son nuestros valores”.

En sus inicios, Rocco trabajaba todo el día, hasta las 10.00 de la noche, incluso sábados y domingos, ahora se queda en la oficina, porque tiene personal que labora para él. “Ya casi no enseño, pero a veces me escapo de 4.00 a 6.00 de la tarde y doy clase dos horas. Tengo mucha gente en espera”.

De Donato asegura que para aprender a manejar 10 horas son suficientes. “Aunque la persona diga que tiene miedo, yo le doy las explicaciones, lo llevo a un lugar donde no haya carros para que comience a practicar: arranca, para, retrocede, mira los espejos, y después de tres horas ya domina el carro y puede salir a la calle”.

En la primera clase Rocco imparte los conocimientos más importantes. “Les enseño cómo se abre el capó, cómo chequear el aceite, les muestro la batería y como funciona un carro, para que sepa que si un cable está flojo el carro no prende. Luego lo siento y le explico como se maneja el volante, para que sirve el croche, cuándo tiene que frenar y que si va en una cola de carros, apenas no ve la rueda trasera del carro de adelante tiene que frenar, así queda a una distancia de tres metros y si tiene que salirse de la cola por alguna razón puede maniobrar”.

Por el retrovisor

Cuando De Donato echa un vistazo a la ciudad de antaño, recuerda que antes el ciudadano era respetuoso y cuando veían un carro de autoescuela le cedían el paso. “Ahora se paran atrás a echar corneta y le gritan que tiene que irse a practicar en el monte”.

La practicidad contemporánea abonó la costumbre de pedirle a algún conocido el favor de “enseñarme a manejar”, sin embargo, aprender con un profesional es otra cosa. “La ciencia no es mover el carro, aquí le enseñamos las normas, las señales de tránsito, a conocer el vehículo y a ser un buen conductor”.

En 2012 la autoescuela cambió de nombre a Escuela del Transporte Roma, por solicitud del Instituto Nacional de transporte Terrestre (INTT) y hasta hoy se mantiene activa, pese a los embates de estos tiempos. “Es muy triste ver como la gente tiene que dejar su hogar para irse a otro lado”, asegura Rocco con “conocimiento de causa”.

Así, con un Chevrolet Bel Air de 1949 inició las primeras clases de manejo, en una Maracaibo naciente y con poco tránsito. Ahora, 59 años después sigue adelante con la misma humildad y con ese deseo de formar parte de uno de los mejores recuerdos de la vida: el día que se aprende a manejar y se es libre.

 

Redacción: Reyna Carreño Miranda (RCM)

Fotografías: RCM y cortesía

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