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Hasta 5.000 soberanos a la semana “redondea” un “cuidacarros”

Les dicen “daleros”, “bien cuidao” o cuidacarros. Recientemente eran una “especie en extinción” por efecto de la escasez de efectivo, pero el retorno incipiente de los billetes a la calle les devolvió en parte su “trabajo” diario.

Richard es un hombre de 38 años. Trabaja cuidando carros en el estacionamiento de un pequeño centro comercial en 5 de Julio. “Hay días buenos y otros malos. Pero hay gente que viene casi todos los días, porque son clientes de las tiendas, y ellos siempre me dan alguito”.

Para Richard “alguito” puede ser desde un billete de dos bolívares soberanos, hasta un billete de 50. “Es lo más que me dan, porque no es fácil conseguir el efectivo, pero yo también les acepto pan, galletas, un jugo… lo que la gente pueda”.

Entre uno y otro cliente, Richard puede obtener entre 500 y 700 soberanos un día malo y mil o mil 200 uno bueno. En general asegura que por semana logra reunir entre 3.000 y 5.000.

“Ser cuidacarros ya no es como antes”

Eugenio tiene 68 años y desde hace 30 se dedica a cuidar vehículos. Trabajó durante años como cuidacarros en el casco central de Maracaibo, pero en vista de los cambios que se produjeron en la zona, decidió migrar al frente de una panadería.

“Antes ganaba dinero, pero ahora la gente siempre dice ‘hay señor se lo debo, porque no tengo efectivo’. A veces es excusa y uno conoce cuales son los clientes que si quieren ayudarlo a uno”.

El anciano reconoce que el aporte de los conductores es más un apoyo que un pago. Sin embargo, asegura que más que cuidar los vehículos, él ayuda a mantener el orden en el estacionamiento y guiar a los conductores al momento de estacionar y salir.

Se mete la mano al bolsillo y saca un fajo de billetes muy bien ordenados for denominación. “Mirá, esto es lo que llevo hoy. Aquí no hay ni 200”, afirma y agita el dinero en el aire. Son las 11.30 de la mañana.

“Yo acepto lo que me den”

Wilmer, un indígena de 35 años, y su hijo José de 7, hacen vida frente a una venta de pastelitos. Ambos agitan el brazo en el aire y gritan ¡daleeeeee! para que los conductores puedan maniobrar en la transitada calle 72.

“Algo se resuelve” explica Wilmer y admite que José es quien más recibe propinas. “El es muy pilas y le cae bien a la gente. Yo lo traigo de vez en cuando, para que me ayude y aprenda a trabajar”.

Asegura que algunos días pueden reunir hasta mil 500 soberanos. Aunque otros, solo reciben restos de comida, algún pastelito o mandoca, refrescos y lo la gente deja. “Yo acepto lo que me den”.

José corre, guía a un conductor, grita, salta y recoge la propina. Llega junto a padre, le entrega los billetes y corre de nuevo hacia los carros. ¿Y José no va a la escuela? “Si va, a veces, cuando tenemos cobres pal desayuno”.

 

Redacción: Reyna Carreño Miranda

Fotografía: Archivo

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